Despierto de ese sueño que odio repetir una y otra vez
dentro de mi cabeza. Me levanto, me pongo algo de ropa rápido y miro nuestra
foto antes de salir a correr. Doy un paso tras otro, cada vez más rápido
mientras me alejo de casa, me cuesta
respirar por ese peso que lleva meses asentándose en mi pecho; como cada vez
que no duermes en casa y no soy capaz de llenar mis pulmones por completo. Sé que
te ves con otras, que nuestro amor se ha desgastado en el momento en que dejaste de cuidar nuestras mariposas y la puerta golpeando al salir.
Ahora no puedo estar en el salón, mirando alrededor sin más, correr es lo único que me ayuda a no pensar en cómo todo se nos ha ido de las
manos. He aprendido a desear esas nubes grises, que traen la lluvia que tanto necesito para aplacar a mi tormenta interior. Por eso voy hacía ellas, no me detengo y
cuando el agua comienza a caer, dejo que escurra por todo mi cuerpo, dejo que
inunde mis sentidos, que arrastre cualquier sentimiento nefasto que se ha
asentado en mi.
Regreso a casa y preparo la maleta ya sin lágrimas, no
quiero volver a despertar mientras sueño que estás en otros brazos, porque me
desgasta. Sin dudar más empiezo a soltar lastre, me paro antes de salir, cojo nuestra foto y
me la llevo. Le doy un último beso, la rompo y mientras conduzco lejos la tiro por la ventanilla. Ya no
hay nada entre nosotros que vivir.