Giré la llave para desconectar el motor del coche, pero no
me bajé; aún no era capaz de poner un pie en el suelo. Llevaba casi una década sin pisar este suelo, sabía que en el momento en el que bajase del coche, esos
recuerdos neblinosos volverían a mi mente; ya lo estaban haciendo, pero yo
intentaba enterrarlos. Aspiré aire un par de veces, abrí la puerta y me lancé
hacia las ruinas del viejo orfanato. Los muros estaban casi intactos, pero el
techo se había venido abajo por completo.
Un impulso tiraba de
mí hacia el interior, no sabía que era, pero necesitaba llegar a algún lugar
concreto. Con cuidado pasé por el arco de la puerta principal, las hiedras
cubrían la mayor parte del suelo y las columnas parecían troncos vivos de
árboles; no se parecía en nada a lo que recordaba. La naturaleza que envolvía
cada piedra, parecía cubrir con un manto el dolor que una vez había habitado
entre aquellas paredes.
Una silueta al fondo llamó mi atención, cualquiera en mi
lugar habría huido, pero me resultaba vagamente familiar. Pareció notar mi presencia
y se giró, nuestras miradas se cruzaron y supe que era él, Sebastián. Aunque
era apenas un niño cuando nuestros caminos se separaron, me juró que me
esperaría cada día hasta que pudiera volver. Jamás le creí, era una locura, no
podía ser real; mi imaginación debía estar jugándome una mala pasada.
Sin apartar la mirada un instante, se acercó con lentitud y
puso una mano en mi mejilla como solía hacer de niño para consolarme. Eso fue
demasiado para mí, así que me caí de rodillas mientras los recuerdos afloraban:
La casa estaba en llamas, yo atrapada en el interior sin poder escapar, una
sombra entró con rapidez y me sacó a través de la puerta con una manta. Él me
había salvado, pero tan solo dos semanas después me habían buscado una nueva
familia; yo no quería irme, pero el juró que me esperaría...
Lloré en el suelo durante lo que parecieron horas, sus
brazos me envolvían haciéndome sentir en casa de nuevo. Había venido aquí cada
día, con el propósito de encontrarme; yo jamás me había atrevido a volver. El
miedo a perderle para siempre me corroía por dentro, pero esto era real. Sebastián
era mi casa, mi hogar y ni mil vidas enteras podrían borrar mi infancia con su
protección. Era mi momento para demostrarle que él también tenía un hogar.