25 de noviembre de 2018

Tren sin rumbo

Un pitido anuncia que es la hora de salida del tren, así que me acomodo en mi asiento junto a la ventanilla. La ciudad cada vez más borrosa va quedando atrás, junto con todos los errores cometidos una y otra vez. Las heridas que  me ha hecho serán cicatrices que siempre permanecerán en mí, pero debí haberme ido la primera vez que decidió compartirme con otra.
Sus súplicas de perdón, promesas ilusas de que no volvería a pasar y ojitos de cordero, me alejaron de la realidad. Ahora he decidido que no hay marcha atrás, que no quiero volver a eso nunca más y que empezaré de cero en cualquier otro lugar. 


Cuando he hecho la maleta, solo sabía que debía partir, irme muy lejos de aquí, donde no me pueda encontrar, porque sé que soy débil, desde el día en que me entregué a él.
La gente en el tren, guarda silencio, observo unos pocos que hablan entre susurros para no molestar, pero la mayoría está pendiente de su móvil y algunos sujetan libros. Entonces, me permito lo que no he hecho durante mucho tiempo, llorar, dejar que las lágrimas corran sin control y se lleven parte del peso que soportan mis hombros. Lo cierto es que ya le hecho de menos, pero debo ser fuerte, luchar contra mí misma y por una vez pensar en mí. 
En la última estación, todo el mundo se baja, así que cojo mi maleta y me bajo. Me acerco a la ventanilla y compro otro billete a la casa de mi abuela, está abandonada desde que ella murió, pero estoy segura de que me servirá de refugio, al menos durante un tiempo. Ese segundo trayecto, es más fácil, regresar a la infancia me reconforta y me hace olvidar un poco los dolores del mundo adulto. Las horas pasan sin enterarme, con un paso tras otro me acerco al destino y me sorprende que la puerta está entreabierta, pero después de tantos años, seguro que han entrado para ver si había algo de valor.
Por si acaso, cojo un palo de la fachada, que la abuela siempre tenía ahí, la casa está silenciosa y no parece que haya nada. No hay luz, así que me adentro en los antiguos cuartos, entre la penumbra, pero no veo nada.
Dejo la maleta sobre la cama y me siento, observando cada rincón, llenando mi mente de recuerdos. En la esquina de la alcoba, me parece ver una sombra moverse y me pongo de pie en alerta, no sé qué esperar.
La sombra avanza un paso y me quedo de piedra, parece él ¡me ha encontrado! Aún siendo cuidadosa en mis pasos, ha dado conmigo. Sin poder evitarlo, con una mezcla de dolor y esperanza corro hasta él, me traiciono a mi misma y voy de nuevo. Pero cuando estoy a un paso de distancia veo su rostros y no es él, es un desconocido. Estoy aquí atrapada con un extraño que bloquea la única salida posible. Maldigo mi poca precaución al venir aquí y adentrarme en una casa sin saber si era segura. Salí huyendo y me encuentro con esto. 
Entre la desesperación caigo en la cuenta de que hay una ventana, aunque las contraventanas están echadas, pero tengo que intentarlo. Corro hacia ella, abriéndola un poco, pero unas manos me agarran por detrás y tiran de mí. Yo me resisto con todas mis fuerzas y pataleo, para alejar al extraño de mí, pero tiene más fuerza y no puedo hacer nada. Sus manos van directas a mi cuello y aprietan con fuerza, lucho por zafarme de ellas, pero no puedo. Así que hago lo único que puedo, me rindo, le dejo que robe el aire de mis pulmones y echo un último vistazo al cuarto de mi abuela, hasta que todo se apaga. 

18 de octubre de 2018

Silencio

Las hojas de los árboles están cambiando de color, iniciando el final de su camino hasta abandonar la rama a la que están ancladas. Pasan las horas mientras estoy mirando a través de la ventana hacía el bosque, perdiéndome en ese cuadro en movimiento constante.


Quizás sea la única manera de escapar de la realidad, de esta casa completamente vacía, de este silencio que lo envuelve todo.

En la ciudad todo era diferente, el movimiento de la vida a mi alrededor me "obligaba" a continuar mi camino, porque si me paraba en cualquier momento alguien podía chocarse contra mi hombro y devolverme a la realidad. Recuerdo el bullicio, ese ruido de tráfico que tanto odiaba, los pasos apresurados, los, gritos, las risas, vida fluyendo constantemente de un lado a otro en una especie de caos ordenado.

Todo cambió en un instante, el orden se evaporó y el caos real se apoderó de las calles, las explosiones comenzaron por todas partes, nadie sabía que hacer ni a donde ir, la ayuda no era posible. La desolación de no saber dónde caería la próxima bomba, me tenía completamente bloqueada, porque nadie puede luchar contra la destrucción cayendo del cielo.

Ellos dijeron que habían llegado a un acuerdo, pero de nuevo nos mintieron a todos, nos engañaron, jugaron con nuestras vidas y nos dejaron abandonados como perros, mientras huían a sus búnkeres de oro.

En unos minutos toda la ciudad estaba destrozada, no sé cómo sobreviví a eso, pero sé que el completo silencio se ha hecho cargo de todo; hasta los pájaros nos han abandonado. No recuerdo cómo llegué aquí, ni quién me recogió, aunque hubiera preferido que me dejasen perecer contigo, porque ahora nada tiene sentido y mi interior es un pozo negro sin fondo, sin agua, sin vida.



La enfermera entra a mi habitación, lleva su máscara como siempre, no saben si estamos contaminados, pero ya ni siquiera me importa. Levanta la sábana para cambiarme las vendas de los muslos, mis piernas se han ido, sé que no volveré a caminar y dolió al principio,me costó aceptarlo, pero ya no me importa. Lo que realmente odio es este maldito silencio eterno, no oigo nada, ni las risas, ni los llantos, ni los gritos; no creas que me importa más la sordera que no caminar, lo que no soporto es no oírte de nuevo. No estás, te has ido para siempre y recuerdo aquellas grabaciones que hicimos hace unos años, pensando en la remota posibilidad de que nos ocurriese algo; ahora que ha pasado de verdad, jamás podré oírlas. Ahora solo está el silencio.

26 de agosto de 2018

Luna llena

Esta noche hay luna llena, salgo a pasear para intentar despejar mi mente del estrés del día. El resplandor ilumina bastante las calles, así que respiro hondo y disfruto de cada paso, pisando fuerte, descargando cada nudo de tensión acumulado en mi cuerpo. Apenas soy consciente de que me he salido del barrio, hasta que noto el sonido de un  gato rebuscando entre la basura.
 Miro a mi alrededor y veo que estoy en una zona oscura, muy pocas farolas dan luz y hay muchas ventanas rotas, los edificios parecen casi abandonados. Noto algunas luces en los pisos más altos, eso me produce un escalofrío, porque la calle está muy silenciosa, quizás demasiado. Quiero volver sobre mis pasos, pero realmente no sé por dónde he venido hasta aquí, no era consciente de hacía donde iba. Decido guiarme por el sonido de coches, tiene que haber una avenida concurrida no muy lejos y debo ir hacia allí.
Apenas he caminado unos metros, cuando al girar la calle veo un grupo de gente entre las sombras, no sé cuántas personas hay, pero están hablando bajo y eso no me gusta. Decido que lo mejor es dar la vuelta e irme por otro lado. Así que camino pero me choco contra un contenedor, que juraría que no estaba ahí antes. El estruendo llama la atención del grupo que viene directo hacia mí. Según se acercan veo que son chicos jóvenes, pero su cara no es amigable y me aterro cuando veo alguna que otra navaja empuñada en su mano. Reacciono, me levanto como puedo y corro a toda prisa, tengo que salir de allí como sea, pero no sé dónde encontrar la salida.

Con cada zancada el pánico se va apoderando de mí, mi respiración se acelera cada vez más, siento que mis pulmones no son capaces de darme todo el aire que necesito para seguir huyendo. Un coche viene en mi dirección y no lo pienso dos veces, me pongo a gritar como una loca por ayuda, el coche parece reducir la velocidad y frena en seco justo a mi altura. Dentro hay una pareja, que estará en sus treinta, la verdad es que cuando me ofrecen su ayuda y me dicen que suba, no lo dudo ni un instante. Necesito alejarme de esos chicos, porque no puedo salir muy bien parada si me cogen.
Cierro la puerta trasera del coche, justo en el momento en el que casi me alcanzan, el conductor echa el seguro para que no puedan abrir la puerta desde fuera y acelera sin importarle que se pongan delante. Aunque se apartan cuando ven que no tiene intención de frenar. Comienzo a respirar con normalidad, cuando veo que reducimos la velocidad de nuevo. No sé dónde estamos, pero le doy las gracias a la pareja por ayudarme, ellos me dan sus nombres, me dicen que no podían dejarme ahí sola sabiendo que estaba en peligro. Así que vuelvo a respirar de nuevo.
Encienden la radio y una melodía familiar llega a mis oídos, pero no me relaja, es la banda sonora de una película de miedo. Después de lo que ha pasado, no es lo que necesito. Pero el verdadero terror llega cuando frenan en seco, estamos en mitad de la nada y la chica se gira con una cara sádica hacia mí. Intento abrir la puerta y me doy cuenta de que la han bloqueado cuando huíamos de los chicos.  Las lágrimas comienzan a caer sin control, mientras suplico por mí -No, por favor, no me hagas daño. - El chico se ríe con sarcasmo y con la voz más aterradora que he escuchado nunca dice - Oh cielo, voy a cenar tu hígado. - Grité, todo lo que pude, pero no sirvió de nada, yo era su juguete.

2 de agosto de 2018

Sucumbiendo a la inquietud


El desasosiego me corroe por dentro a pesar de estar en el sofá. Lo he intentado durante días pero la inquietud es demasiada, sé que te prometí que no volvería a hacerlo, por eso estoy aquí aguantando cómo puedo; créeme amor cuando te digo que estoy poniendo todo de mi parte. Las últimas horas han sido las peores, no puedo quitármelo de la cabeza, he recorrido la casa de arriba abajo mil veces, he salido al balcón a tomar el aire; pero nada funciona ya. El dolor está regresando más fuerte, duele demasiado y lo peor es la cabeza, parece que me va a estallar en cualquier momento.  La punzada es cada vez mayor y ya no sé qué hacer.
En realidad sí que lo sé, pero no puedo volver a ver esa mirada en tu rostro. Odio tus ojos llenos de decepción, mi alma no puede soportarlo otra vez más. Así que aquí estoy, aovillada en un rincón, intentando sobrevivir. Pero ya que somos sinceros, quiero que sepas que esta no soy yo, ya me siento derrotada, como si estuviera en mitad de una competición, sabiendo que el contrincante ya ha alcanzado los puntos necesarios para ganar. 

Yo soy la perdedora, pero me cansé ya de estar así. Me levanto decidida a olvidar el dolor, sin temor, sin duda. Cojo el abrigo, salgo a la calle y aunque no tengo casi fuerzas corro en tu dirección. Llego a tu casa sin aliento, no estás, pero no importa, sé dónde guardas la llave de repuesto y abro sin dudar. Voy directa a tu cuarto y rebusco en los cajones, estoy segura de que has tenido que guardarla por aquí. Busco un rato, hasta que veo la cazadora que llevabas el otro día y miro en el bolsillo  ¡Lo sabía! 
Sentada en tu sofá noto como el dolor comienza a disminuir, poco a poco mi respiración se vuelve más tranquila. Observo la luz que entra por la ventana con calma, disfrutando el efecto de cada rayo sobre tus cosas, es tan hermosa; sobre todo cuando se refleja en el cristal creando un halo especial que me recuerda al arco iris. Recuerdos de mi infancia, correteando por la verde pradera, mientras la lluvia comenzaba a caer y el sol aún brillaba en lo alto del cielo. Recuerdos que me llenan de euforia, que me sacan una sonrisa de esas que mi rostro echaba tanto de menos. Cuando el dolor se lo lleva todo, solo me quedan estos momentos y son tan hermosos, que no quiero renunciar a ellos.  Por lo que me permito perderme ahí, cada vez un poco más, hasta que la tranquilidad es tal, que la somnolencia empieza apoderarse de mí.
Apenas me doy cuenta de la pesadez de mis extremidades hasta que te veo en cuclillas junto a mí. No soy capaz de distinguir tus ojos porque una picazón extrema se apodera de los míos, provocando lágrimas e impidiendo que te vea nítido. Aunque juraría que te he oído gritar, pero no te mueves y mis oídos parecen estar embotados. De pronto todo parece ir más lento de lo normal, noto como tus manos cogen a las mías intentando sujetarme con fuerza.  A mí me parece que  me escurro entre tus dedos, aunque mis manos siguen estando entre las tuyas. Mi vida se está evaporando, lo sé porque no debí inhalar toda la heroína, pero era buena haciendo que el dolor desapareciese y me olvidé de todo, hasta de ti. Así que solo te pido una cosa antes de que mis latidos se paren. Dile adiós  de mi parte a todo lo que me pierdo.

29 de julio de 2018

El regreso del monstruo

En cuanto abrí los ojos supe que algo era diferente, una sensación debajo de la piel estaba despertando, algo que me resultaba tremendamente familiar, que en solo un segundo se expandió, succionando la razón.  Noté como los músculos se endurecían y el canal del aire se estrechó con el pánico en mi respiración.
Voces lejanas me llamaron, yo quería volver pero todo estaba demasiado oscuro, no tenía el control en absoluto. La presión del pecho aumentó tanto que pensé que me iba a reventar el tórax. Los segundos parecían horas en ese maldito limbo tan conocido para mí. Una corriente de aire frío me golpeo bien fuerte, el impacto causó cierta conmoción, pero a la vez me permitió comenzar a respirar con normalidad, aunque todo seguía doliendo, no recordaba que doliese tanto, que se sentiría como la piel separándose de la carne.
Cuando mi mente volvió en sí lo supe, el maldito monstruo interior que pensé que había matado hacía años, seguía vivo y volvía con más fuerza que nunca. Me había olvidado de él, lo había enterrado bien profundo, para asegurarme de que permanecía ahí, pero no funcionó ¿Por qué ahora? Ya tenía bastante con las pesadillas de vuelta, con el pasado acechando tras la esquina en cada momento de debilidad. Perdí tiempo construyéndome una maldita jaula, que no sirve para nada, porque esto reside en mí, no importa lo que me rodee, soy un demonio. Haga lo que haga estoy jodido, porque se siente como una maldita lápida aplastándome.
Hoy la he visto a ella por enésima vez y no he podido frenarlo. He cruzado la calle para seguirla pero he sido muy cuidadoso evitando que me viese, hasta que ha llegado a su casa y me he quedado al acecho. Parecía muy lista, pero es una estúpida más; ha dejado una ventana lateral abierta. Después de casi dos horas, todo está silencioso y es mi momento para entrar. En el bolsillo llevo mi cuerda favorita para hacer sogas, parecerá un suicidio, pero antes voy a hacer que sufra. Quiero que vea mi cara en medio de la oscuridad al despertar, que sepa quién acabará con ella. Así que envuelvo su cuello con mis manos apretando fuerte hasta que abre los ojos y veo cómo me mira con terror, mientras yo me deleito con la sensación a través de mi agarre, con su sufrimiento en el ambiente; es una sensación maravillosa.

Las luces se encienden de golpe y me aturdo un poco, me aseguré de que estaba sola en casa, así que no entiendo nada. Enseguida noto algo frío sobre nuca, estoy seguro de que es una pistola, así que aflojo el agarre hasta soltarla del todo; un par de hombres se sitúan frente a mí. Me fijo en sus caras y los reconozco, son sus compañeros en la estación de policía. Al enfocar de nuevo la vista en ella, veo una sonrisa triunfante en su cara - Te tenemos cabrón, estaba esperando tu regreso. Ahora al fin pagarás por todos los asesinatos que has cometido.
Sé que ahora ya no hay marcha atrás así que hago lo único que puedo hacer en ese momento, les ataco, pero mi única meta es esa bala que me atraviesa cuando ven que no me pueden frenar. La sangre lo inunda todo y solo digo unas últimas palabras. Gracias, por matar al monstruo, yo no tuve valor.

26 de julio de 2018

Su sonrisa.

Hoy he salido a dar un paseo antes de dormir como solíamos hacer, veo las estrellas y me imagino que la que más brilla eres tú, observando cómo caigo derrotado día tras día sin ti. Porque abuela, desde que ya no estás todo se ha vuelto al revés, lo que estaba bien ahora está mal y lo que antes estaba mal ahora me parece lo correcto. Es tan duro caminar descalzo sobre el cemento, que mis pies están en carne viva y no puedo ponerme ni los zapatos.
Las noches están llenas de pesadillas que me atormentan. Aquellos días llenos de monstruos regresan cada maldita noche y no puedo hacer nada por evitarlo, tan solo tú voz era capaz de calmarme para volver a dormir. En el orfanato todos me hacen la vida imposible, no entiendo por qué en lugar de apoyarse unos a otros, luchan entre sí como si esto fuera una maldita guerra, como si todos los que estamos ahí dentro no hubiéramos perdido ya bastante en nuestras vidas.
Te juro que he intentado pensar que puedo salir de aquí, que en cuanto crezca seré un hombre fuerte, pero no puedo; sobre todo cuando la veo a ella. La niña de la mirada triste, nunca sonríe, sus ojos parecen estar sumidos en una tormenta, pienso en salvarla una y otra vez, porque si la salvo a ella sé que podré salvarme a mí mismo; pero parece imposible. Si el mundo está lleno de niños como nosotros, no puede ser un mundo feliz ¿Por qué los que están bien no hacen nada por ayudarnos, abuela? ¿Por qué nos tienen en el olvido? Sabes, me he dado cuenta de que todos prefieren mirar hacia otro lado cuando pasan por nuestra acera, o se limitan a bajar la cabeza y continuar con su vida. Los peores, son aquellos que se  lamentan por nosotros, suspiran y luego siguen adelante sin más. Estarán tristes unos minutos, pero pronto se les olvidará.

Tengo que regresar adentro, porque es tarde y los mayores se enfadan si no estamos en la cama a nuestra hora, somos muchos, les damos mucho trabajo, no sé cómo pueden estar pendientes de todo, siendo tan pocos. Hacen lo que pueden, pero darnos un techo y de comer ya es un mundo para ellos.
 Me detengo en los peldaños de la entrada, porque alguien me está bloqueando el paso, levanto la cabeza y veo a la niña de ojos tristes, me mira fijamente pero hay algo diferente en ella. Baja el siguiente escalón y alarga la mano. Noto algo atravesando mi costado y un dolor agudo, al mirar veo que es una navaja ¿Por qué me ha clavado una maldita navaja? La miro intentando averiguar el motivo y la niña me sonríe, no es la sonrisa que me imaginé, esa sonrisa es de otro mundo, uno muy cruel. Ahora me doy cuenta abuela, que debí pensar en salvarme a mí mismo antes. Las rodillas me ceden, pero no me importa el dolor, miro al cielo y pienso en ti; quiero verte y sé que vas a venir a buscarme para llevarme contigo. Ahora estaremos juntos para siempre, abuela.

21 de julio de 2018

Goteo


Me desperté  con el sonido de un goteo constante, abrí los ojos en medio de la oscuridad, intentando averiguar de dónde provenía. Un resquicio de luz asomaba desde la puerta entreabierta del baño. Eran las 3 de la madrugada, me sorprendió un poco, porque Marcos esa noche estaba de viaje por trabajo y juraría que cuando me fui a acostar había dejado todas las luces apagadas. Sentía que algo no iba bien, así que me levanté para cerrar el grifo y apagar la luz, deseando que pudiese volver a dormirme después de eso.
Mis pies descalzos pisaron el suelo húmedo del baño y por acto reflejo los miré, me quedé sorprendida al ver que el agua del suelo estaba un poco turbia. La cortina de la bañera estaba totalmente echada, mi instinto me advertía que no la abriese, pero mi razón me obligaba a que dejase de pensar paranoias. Así que cogí aire y de un tirón la abrí. Vi todo rojo, había sangre salpicada en los azulejos y en el suelo de la bañera, todo empezó a darme vueltas; aunque la bañera estaba vacía. En parte eso me relajó, pero tenía que haber una explicación para tanta sangre. Con cuidado salí del baño, dispuesta a explorar el resto de la casa. Estaba muerta de miedo, así que cogí la lámpara de hierro  macizo que Marcos me había regalado; algo me decía que no estaba sola a pesar del silencio absoluto.
Recorrí la casa, temerosa en cada uno de los giros que hacía, mirando cada una de las estancias. No encontré nada raro, las puertas estaban cerradas y las ventanas también; solo me quedaba por mirar el armario de la habitación. Con cuidado abrí la puerta corredera, todo estaba como siempre, allí no había nada. Regresé al baño para limpiar la sangre, pensando que tal vez fuese una siniestra pesadilla; pero para mi horror la sangre seguía estando allí.
La ansiedad empezaba a consumirme por dentro, así que fui corriendo a la habitación a buscar el móvil para llamar a Marcos, necesitaba hacer algo, buscar una explicación, no podía dormirme sin saber qué narices estaba pasando. Al coger el móvil, miré mis manos con atención, algo no encajaba; fue entonces cuando me di cuenta de que mis uñas tenían sangre seca por debajo.  Nerviosa empecé a levantarme la camiseta, buscando cualquier indicio de heridas. Descubrí rastros de sangre por mi piel, pero yo no tenía heridas, estaba intacta; sin embargo la sangre era demasiada para un simple rasguño o corte. Me hice un ovillo en una esquina de la cama, temblando, no sabía cómo era posible, pero la sangre en mi cuerpo y en la bañera, demostraba que algo había ocurrido. No saber el qué, me estaba martirizando por dentro ¿Era posible hacer algo dormida, sin darte cuenta? Sabía que de pequeña había sido sonámbula, pero los episodios habían cesado hacía años ¡No, no podía ser! Llamé a Marcos pero después de cinco tonos, saltó el buzón de voz, era muy raro que no contestase a esas horas; siempre que lo necesitaba ahí estaba para mí.
Después de lo que parecieron horas a Clara le llegó un mensaje desde el móvil de Marcos, eran fotos. Se quedó totalmente helada al ver su cuerpo tendido  en el suelo con un charco de sangre alrededor y una herida abierta en el pecho.  Un alarido de dolor salió de su garganta, temblando pasó a la foto siguiente, se vio a ella misma con un cuchillo en la mano mirando directamente el cuerpo de Marcos.  De la impresión de verse ahí con el cuchillo, el móvil se le escurrió de las manos estrellándose contra el suelo y haciéndose añicos ¡Ella no podía haber hecho eso! Era imposible. Corrió al baño desesperada, agonizando de dolor, de rabia por no tener una explicación y horrorizada, por saber que ella había acabado con la vida de la persona que más le importaba en el mundo. Buscó en los cajones del baño la cuchilla de afeitar de Marcos y sin pensárselo dos veces se rajó las muñecas dejándose caer lentamente al suelo; no quería vivir sabiendo lo que había hecho.
Al día siguiente la puerta de  la casa se abrió, el nombre de Clara retumbó por toda la casa, pero ella ya no podía oír, su corazón había dejado de latir hacía horas. Pasos preocupados iban por la casa de un lado a otro, hasta que en el baño se pararon en seco. Marcos cayó sobre sus rodillas al lado del frío cuerpo de Clara, rodeado por un charco de sangre. Al final había pasado, el médico les advirtió que las alucinaciones irían en aumento con el tratamiento, pero jamás imaginó que pudiesen con ella.

19 de julio de 2018

Veneno



Lara llevaba años sufriendo, siendo tan solo una niña sus padres la habían vendido a aquel monstruo a cambio de dinero para comprar tierras. Desde aquel día dejó de creer en la familia, era tan pequeña que aún no comprendía qué estaban haciendo con ella. El día de la boda con su propietario, todos habían sido muy amables y él a pesar de ser dos décadas mayor la trataba bien. Pero al llegar a casa vio la realidad de lo que ocurría, él la obligaba a hacer cosas que no le gustaban. Desde el primer día tenía que dormir desnuda y ella no quería, se sentía que estaba haciendo algo horrible, pero le obedeció porque su madre le había dicho que debía obedecer o él la castigaría. Los primeros días aún así no le parecieron tan malos, hasta que comenzó a visitarla por la noche, él le acariciaba la mejilla mientras le susurraba que esperaría un poco más antes de hacerla suya; aunque él la había comprado y ya era suya, sabía que detrás de aquellas palabras había mucho más.
El verdadero horror empezó el día en que se cambió al dormitorio principal. Allí solo había una cama y él no dudó en usarla por la fuerza para satisfacer sus deseos, aquella noche pensó que iba a morir desangrada y de dolor. Pero eso no ocurrió, porque aquella noche se repitió cada noche desde que podía recordar. Durante el día parecía otra persona y la dejaba hacer en casa lo que quisiese, pero durante la noche, no importaba nada que ella no quisiera estar allí, era de su propiedad y ya le había dejado claro, para qué la había comprado.
Con el tiempo creció, aunque parecía débil por fuera por dentro era toda una superviviente que no dejaba de luchar buscando una maldita salida. En más de una ocasión había pensado acabar con su vida, pero sabía que si conseguía huir tendría una oportunidad para escapar del horror y vivir la vida que aquel monstruo le había arrebatado. Una vez había estado a punto de encontrar una forma de huir, pero detuvo el plan porque él había traído otra niña a casa. No estaba dispuesta a permitir que aquella niña tuviera que pasar por lo mismo que ella, así que con todas sus fuerzas hizo lo posible por recibir el daño y que el desgraciado no tocase a la niña. Si al final huía debía llevársela con ella, porque no podía dejar que aquellos ojos inocentes dejasen de serlo.
En la pequeña biblioteca de la casa encontró un libro de plantas medicinales, en un principio lo leyó por aburrimiento, pero pronto se dio cuenta de que había muchas venenosas e incluso algunas mortales. Empezó a dedicar su tiempo libre a examinar el libro a fondo, hasta que se le ocurrió como preparar un potente veneno. No era tonta, así que primero lo probaría en uno de los perros de la casa y si funcionaba habría una posibilidad. Durante una semana recogió todas las hierbas que necesitaba, las maceró en un bote de cristal en el fondo del armario y cuando creyó que ya estaban listas, se las dio al chucho sarnoso que estaba atado al otro lado del patio. El perro por la mañana aún estaba vivo, pero menos activo que de costumbre, así que decidió repetir  dándole la dosis; con los días  el perro se fue apagando hasta que murió.
Lara preparó otro frasco con veneno y empezó a dárselo a su amo, el primer día no notó nada en él, así que por costumbre en su comida siempre echaba un chorro de aquel líquido, con la esperanza de que surtiese efecto. Él apenas se notaba cansado, así que ella empezó a desmoralizarse, perdiendo las fuerzas a la par que la esperanza. Una mañana se despertó con lo que parecía fiebre, pero la niña enseguida le trajo algo de beber para ayudarla. Cuando se terminó todo el contenido de la taza, fue consciente de que él estaba junto a la puerta tan vivo como siempre y con una sonrisa maliciosa en la cara. Entonces alzó el brazo mostrándole el frasco que contenía su veneno, vacío. No podía creer que él se hubiese dado cuenta, había sido cuidadosa; la niña le dijo - Lo siento- y entonces supo que en su inocencia la había delatado, lo que no sabía esa niña es que lo pagaría bien caro. Pero Lara ya no podía hacer nada, porque la luz de la habitación se estaba difuminando para dar paso a la oscuridad.