26 de enero de 2020

Sin tinta

Escribo a ritmo rápido deseando llenar con mi letra hoja tras hoja, para contar en líneas mi historia, antes de que se me acabe la memoria y poder leerla aunque no la reconozca.
Nunca me imaginé que llegaría el día en que los recuerdos comenzasen a evaporarse, al menos no tan pronto, con tan solo tres décadas vividas.
Tengo que hacer un esfuerzo por recordar lo que estuve haciendo ayer, y no sé si tenía algo que hacer hoy. Lo que sí sé es que quiero hacer esto, escribir, hacer permanente lo efímero, eso que depende de mis recuerdos.
Intento fijar tu rostro en mi mente y describirlo lo mejor que puedo, en esas pecas salpicadas sobre tu nariz y tus pómulos, que resaltan con la claridad del día, pero apenas se aprecian en los días oscuros. La forma en la que tu piel se torna de color rojizo cuando hace frío o tienes mucho calor. El movimiento de tus labios cuando hablas, cuando ríes, cuando te enfadas, sobre todo en cómo se ven cuando cantas, te mando callar y sonríes sin parar. Tus ojos, esos ojos que cambian de color dependiendo del día y de la luz, esos ojos que no me juzgan, sino que me reconfortan en los momentos malos. Pienso en cómo inciden los rayos de sol en tu pelo cuando estás afuera y los mechones cobran vida, con una mezcla de marrón, ocre y rojizo... Fijo cada uno de tus gestos, porque no quiero olvidarme de ellos.
Sigo página tras página, describiendo todo lo que me gusta, hablo del aroma del café que me despierta por las mañanas, el repiqueteo del pájaro carpintero en el tronco del árbol que hay frente a nuestra casa, el olor de la lluvia sobre las hojas secas, la sensación de caminar sobre la nieve y también cómo se siente sentarse junto a la chimenea con el fuego encendido... Todos los datos que invaden mi cabeza, los pongo, aunque a veces son tantos que tengo miedo de no poder escribirlos todos...
Me estoy olvidando de mis primeros años, de las carreras sobre la hierba verde, de la gente que siempre ha estado a mi lado, así que escribo sobre ellos también, les dedico decenas de líneas, para que tengan un hueco en este desastre caótico que se está volviendo mi mente.
Respiro un poco más tranquila, hasta que empiezo a escribir sobre mí, no quiero olvidarme de cómo soy, de mi carácter, mis manías, mis debilidades, quiero recordar la persona en la que me he convertido con el paso de los años, todo lo que he aprendido y me ha hecho mejor... pero la pluma no escribe, aprieto más sobre el papel, pero solo consigo rasgarlo...
¡No, no, no... ahora no! Esto es importante, tienes que escribir, ¡maldita sea!
Pero no puedo, me he quedado sin tinta y el tiempo se acaba...
Los enfermeros entran por la puerta, empujan mi camilla mientras lloro desconsoladamente y sigo haciéndolo mientras colocan todos esos cables en mi sien y mi cabeza. El tumor es tan grande que solo había la opción de este tratamiento experimental, pero mi memoria se verá afectada.
Miro hacia la entrada de la sala y veo tu rostro a través del cristal, lo miro con toda mi fuerza, deseando que no se pierda, porque me he quedado sin tinta y ya no puedo fijar nada más...