18 de octubre de 2018

Silencio

Las hojas de los árboles están cambiando de color, iniciando el final de su camino hasta abandonar la rama a la que están ancladas. Pasan las horas mientras estoy mirando a través de la ventana hacía el bosque, perdiéndome en ese cuadro en movimiento constante.


Quizás sea la única manera de escapar de la realidad, de esta casa completamente vacía, de este silencio que lo envuelve todo.

En la ciudad todo era diferente, el movimiento de la vida a mi alrededor me "obligaba" a continuar mi camino, porque si me paraba en cualquier momento alguien podía chocarse contra mi hombro y devolverme a la realidad. Recuerdo el bullicio, ese ruido de tráfico que tanto odiaba, los pasos apresurados, los, gritos, las risas, vida fluyendo constantemente de un lado a otro en una especie de caos ordenado.

Todo cambió en un instante, el orden se evaporó y el caos real se apoderó de las calles, las explosiones comenzaron por todas partes, nadie sabía que hacer ni a donde ir, la ayuda no era posible. La desolación de no saber dónde caería la próxima bomba, me tenía completamente bloqueada, porque nadie puede luchar contra la destrucción cayendo del cielo.

Ellos dijeron que habían llegado a un acuerdo, pero de nuevo nos mintieron a todos, nos engañaron, jugaron con nuestras vidas y nos dejaron abandonados como perros, mientras huían a sus búnkeres de oro.

En unos minutos toda la ciudad estaba destrozada, no sé cómo sobreviví a eso, pero sé que el completo silencio se ha hecho cargo de todo; hasta los pájaros nos han abandonado. No recuerdo cómo llegué aquí, ni quién me recogió, aunque hubiera preferido que me dejasen perecer contigo, porque ahora nada tiene sentido y mi interior es un pozo negro sin fondo, sin agua, sin vida.



La enfermera entra a mi habitación, lleva su máscara como siempre, no saben si estamos contaminados, pero ya ni siquiera me importa. Levanta la sábana para cambiarme las vendas de los muslos, mis piernas se han ido, sé que no volveré a caminar y dolió al principio,me costó aceptarlo, pero ya no me importa. Lo que realmente odio es este maldito silencio eterno, no oigo nada, ni las risas, ni los llantos, ni los gritos; no creas que me importa más la sordera que no caminar, lo que no soporto es no oírte de nuevo. No estás, te has ido para siempre y recuerdo aquellas grabaciones que hicimos hace unos años, pensando en la remota posibilidad de que nos ocurriese algo; ahora que ha pasado de verdad, jamás podré oírlas. Ahora solo está el silencio.