30 de enero de 2018

Plumas

Me despertaba cada mañana con el canto del pájaro, que mi abuela me había regalado. Su sonido animaba mi día y el café hacía su trabajo espabilándome por completo. Trabajar en casa no estaba tan mal, me permitía distribuir el tiempo a mi modo, aunque había días que perdía la noción, sentada frente al ordenador. Tomé la decisión años atrás, cuando un loco psicópata se aprendió mi rutina e intentó secuestrarme de camino al trabajo. Después de eso me ofrecieron cambiar de identidad, así que empecé una nueva vida lejos de todo. A veces la monotonía era abrumadora y necesitaba escapar de ella, pero la mayoría del tiempo me gustaba.
Estaba esperando un paquete de manuscritos que había conseguido en una subasta en Internet, así que cuando el timbre sonó fui a abrir con entusiasmo. El repartidor me entregó el pedido y mientras firmaba, noté que me miraba con atencion, quizás por que iba vestida con ropa ancha y moño, muy de estar por casa. Su cara me resultaba un poco familiar, pero no sabía por qué. Le despedí entregándole el papel firmado y me fui corriendo a abrir el pedido.
Perdí todo el día entre los nuevos manuscritos, anotando cosas relevantes para el ensayo que iba a  hacer, aunque debía estudiarlos más a fondo. Después de horas entre paginas, tomé un largo baño y me acosté agotada.
La luz del nuevo día inundó la habitación, molestándome en la cara, no había escuchado el pájaro, quizás estaba enfermo, porque nunca había dejado de cantar. Me levanté para ir a revisarlo, la jaula parecía vacía, me acerqué y  allí no estaba. Extrañada busqué un hueco por si se había escapado, pero no vi nada. En la mesa del salón había un paquete envuelto, juraría que había abierto todos los libros . Este tenía un papel negro, no el habitual marrón, mi instinto me hizo tener cautela. Me acerqué y  me senté frente al paquete, lo abrí  con cuidado, pero me asusté como el infierno con lo que vi. Allí estaba mi pájaro desplumado, muerto, con una nota "He regresado a por ti, cariño". La imagen del rostro del repartidor del día anterior vino a mi mente ¡Era él, me había encontrado! Pero no podía ser, aún debería estar en la cárcel. El vello de la nuca se  me erizo con un mal presagio, cogí el teléfono para llamar a la policía pero no había línea, ahí supe que solo podía correr...