25 de noviembre de 2018

Tren sin rumbo

Un pitido anuncia que es la hora de salida del tren, así que me acomodo en mi asiento junto a la ventanilla. La ciudad cada vez más borrosa va quedando atrás, junto con todos los errores cometidos una y otra vez. Las heridas que  me ha hecho serán cicatrices que siempre permanecerán en mí, pero debí haberme ido la primera vez que decidió compartirme con otra.
Sus súplicas de perdón, promesas ilusas de que no volvería a pasar y ojitos de cordero, me alejaron de la realidad. Ahora he decidido que no hay marcha atrás, que no quiero volver a eso nunca más y que empezaré de cero en cualquier otro lugar. 


Cuando he hecho la maleta, solo sabía que debía partir, irme muy lejos de aquí, donde no me pueda encontrar, porque sé que soy débil, desde el día en que me entregué a él.
La gente en el tren, guarda silencio, observo unos pocos que hablan entre susurros para no molestar, pero la mayoría está pendiente de su móvil y algunos sujetan libros. Entonces, me permito lo que no he hecho durante mucho tiempo, llorar, dejar que las lágrimas corran sin control y se lleven parte del peso que soportan mis hombros. Lo cierto es que ya le hecho de menos, pero debo ser fuerte, luchar contra mí misma y por una vez pensar en mí. 
En la última estación, todo el mundo se baja, así que cojo mi maleta y me bajo. Me acerco a la ventanilla y compro otro billete a la casa de mi abuela, está abandonada desde que ella murió, pero estoy segura de que me servirá de refugio, al menos durante un tiempo. Ese segundo trayecto, es más fácil, regresar a la infancia me reconforta y me hace olvidar un poco los dolores del mundo adulto. Las horas pasan sin enterarme, con un paso tras otro me acerco al destino y me sorprende que la puerta está entreabierta, pero después de tantos años, seguro que han entrado para ver si había algo de valor.
Por si acaso, cojo un palo de la fachada, que la abuela siempre tenía ahí, la casa está silenciosa y no parece que haya nada. No hay luz, así que me adentro en los antiguos cuartos, entre la penumbra, pero no veo nada.
Dejo la maleta sobre la cama y me siento, observando cada rincón, llenando mi mente de recuerdos. En la esquina de la alcoba, me parece ver una sombra moverse y me pongo de pie en alerta, no sé qué esperar.
La sombra avanza un paso y me quedo de piedra, parece él ¡me ha encontrado! Aún siendo cuidadosa en mis pasos, ha dado conmigo. Sin poder evitarlo, con una mezcla de dolor y esperanza corro hasta él, me traiciono a mi misma y voy de nuevo. Pero cuando estoy a un paso de distancia veo su rostros y no es él, es un desconocido. Estoy aquí atrapada con un extraño que bloquea la única salida posible. Maldigo mi poca precaución al venir aquí y adentrarme en una casa sin saber si era segura. Salí huyendo y me encuentro con esto. 
Entre la desesperación caigo en la cuenta de que hay una ventana, aunque las contraventanas están echadas, pero tengo que intentarlo. Corro hacia ella, abriéndola un poco, pero unas manos me agarran por detrás y tiran de mí. Yo me resisto con todas mis fuerzas y pataleo, para alejar al extraño de mí, pero tiene más fuerza y no puedo hacer nada. Sus manos van directas a mi cuello y aprietan con fuerza, lucho por zafarme de ellas, pero no puedo. Así que hago lo único que puedo, me rindo, le dejo que robe el aire de mis pulmones y echo un último vistazo al cuarto de mi abuela, hasta que todo se apaga.