26 de agosto de 2018

Luna llena

Esta noche hay luna llena, salgo a pasear para intentar despejar mi mente del estrés del día. El resplandor ilumina bastante las calles, así que respiro hondo y disfruto de cada paso, pisando fuerte, descargando cada nudo de tensión acumulado en mi cuerpo. Apenas soy consciente de que me he salido del barrio, hasta que noto el sonido de un  gato rebuscando entre la basura.
 Miro a mi alrededor y veo que estoy en una zona oscura, muy pocas farolas dan luz y hay muchas ventanas rotas, los edificios parecen casi abandonados. Noto algunas luces en los pisos más altos, eso me produce un escalofrío, porque la calle está muy silenciosa, quizás demasiado. Quiero volver sobre mis pasos, pero realmente no sé por dónde he venido hasta aquí, no era consciente de hacía donde iba. Decido guiarme por el sonido de coches, tiene que haber una avenida concurrida no muy lejos y debo ir hacia allí.
Apenas he caminado unos metros, cuando al girar la calle veo un grupo de gente entre las sombras, no sé cuántas personas hay, pero están hablando bajo y eso no me gusta. Decido que lo mejor es dar la vuelta e irme por otro lado. Así que camino pero me choco contra un contenedor, que juraría que no estaba ahí antes. El estruendo llama la atención del grupo que viene directo hacia mí. Según se acercan veo que son chicos jóvenes, pero su cara no es amigable y me aterro cuando veo alguna que otra navaja empuñada en su mano. Reacciono, me levanto como puedo y corro a toda prisa, tengo que salir de allí como sea, pero no sé dónde encontrar la salida.

Con cada zancada el pánico se va apoderando de mí, mi respiración se acelera cada vez más, siento que mis pulmones no son capaces de darme todo el aire que necesito para seguir huyendo. Un coche viene en mi dirección y no lo pienso dos veces, me pongo a gritar como una loca por ayuda, el coche parece reducir la velocidad y frena en seco justo a mi altura. Dentro hay una pareja, que estará en sus treinta, la verdad es que cuando me ofrecen su ayuda y me dicen que suba, no lo dudo ni un instante. Necesito alejarme de esos chicos, porque no puedo salir muy bien parada si me cogen.
Cierro la puerta trasera del coche, justo en el momento en el que casi me alcanzan, el conductor echa el seguro para que no puedan abrir la puerta desde fuera y acelera sin importarle que se pongan delante. Aunque se apartan cuando ven que no tiene intención de frenar. Comienzo a respirar con normalidad, cuando veo que reducimos la velocidad de nuevo. No sé dónde estamos, pero le doy las gracias a la pareja por ayudarme, ellos me dan sus nombres, me dicen que no podían dejarme ahí sola sabiendo que estaba en peligro. Así que vuelvo a respirar de nuevo.
Encienden la radio y una melodía familiar llega a mis oídos, pero no me relaja, es la banda sonora de una película de miedo. Después de lo que ha pasado, no es lo que necesito. Pero el verdadero terror llega cuando frenan en seco, estamos en mitad de la nada y la chica se gira con una cara sádica hacia mí. Intento abrir la puerta y me doy cuenta de que la han bloqueado cuando huíamos de los chicos.  Las lágrimas comienzan a caer sin control, mientras suplico por mí -No, por favor, no me hagas daño. - El chico se ríe con sarcasmo y con la voz más aterradora que he escuchado nunca dice - Oh cielo, voy a cenar tu hígado. - Grité, todo lo que pude, pero no sirvió de nada, yo era su juguete.

2 de agosto de 2018

Sucumbiendo a la inquietud


El desasosiego me corroe por dentro a pesar de estar en el sofá. Lo he intentado durante días pero la inquietud es demasiada, sé que te prometí que no volvería a hacerlo, por eso estoy aquí aguantando cómo puedo; créeme amor cuando te digo que estoy poniendo todo de mi parte. Las últimas horas han sido las peores, no puedo quitármelo de la cabeza, he recorrido la casa de arriba abajo mil veces, he salido al balcón a tomar el aire; pero nada funciona ya. El dolor está regresando más fuerte, duele demasiado y lo peor es la cabeza, parece que me va a estallar en cualquier momento.  La punzada es cada vez mayor y ya no sé qué hacer.
En realidad sí que lo sé, pero no puedo volver a ver esa mirada en tu rostro. Odio tus ojos llenos de decepción, mi alma no puede soportarlo otra vez más. Así que aquí estoy, aovillada en un rincón, intentando sobrevivir. Pero ya que somos sinceros, quiero que sepas que esta no soy yo, ya me siento derrotada, como si estuviera en mitad de una competición, sabiendo que el contrincante ya ha alcanzado los puntos necesarios para ganar. 

Yo soy la perdedora, pero me cansé ya de estar así. Me levanto decidida a olvidar el dolor, sin temor, sin duda. Cojo el abrigo, salgo a la calle y aunque no tengo casi fuerzas corro en tu dirección. Llego a tu casa sin aliento, no estás, pero no importa, sé dónde guardas la llave de repuesto y abro sin dudar. Voy directa a tu cuarto y rebusco en los cajones, estoy segura de que has tenido que guardarla por aquí. Busco un rato, hasta que veo la cazadora que llevabas el otro día y miro en el bolsillo  ¡Lo sabía! 
Sentada en tu sofá noto como el dolor comienza a disminuir, poco a poco mi respiración se vuelve más tranquila. Observo la luz que entra por la ventana con calma, disfrutando el efecto de cada rayo sobre tus cosas, es tan hermosa; sobre todo cuando se refleja en el cristal creando un halo especial que me recuerda al arco iris. Recuerdos de mi infancia, correteando por la verde pradera, mientras la lluvia comenzaba a caer y el sol aún brillaba en lo alto del cielo. Recuerdos que me llenan de euforia, que me sacan una sonrisa de esas que mi rostro echaba tanto de menos. Cuando el dolor se lo lleva todo, solo me quedan estos momentos y son tan hermosos, que no quiero renunciar a ellos.  Por lo que me permito perderme ahí, cada vez un poco más, hasta que la tranquilidad es tal, que la somnolencia empieza apoderarse de mí.
Apenas me doy cuenta de la pesadez de mis extremidades hasta que te veo en cuclillas junto a mí. No soy capaz de distinguir tus ojos porque una picazón extrema se apodera de los míos, provocando lágrimas e impidiendo que te vea nítido. Aunque juraría que te he oído gritar, pero no te mueves y mis oídos parecen estar embotados. De pronto todo parece ir más lento de lo normal, noto como tus manos cogen a las mías intentando sujetarme con fuerza.  A mí me parece que  me escurro entre tus dedos, aunque mis manos siguen estando entre las tuyas. Mi vida se está evaporando, lo sé porque no debí inhalar toda la heroína, pero era buena haciendo que el dolor desapareciese y me olvidé de todo, hasta de ti. Así que solo te pido una cosa antes de que mis latidos se paren. Dile adiós  de mi parte a todo lo que me pierdo.