Siempre pensé que sería yo quien saliese lastimado cuando te conocí, pero me equivocaba porque he sido yo el culpable de nuestro error, por no saber ceder ante tus necesidades, por no protegerte de mi propia maldad y aunque me haces falta, necesito irme, pero no soy capaz de darte al menos una despedida.
Ahora sé que fui un cobarde, por no saber pedirte perdón cuando era necesario, por no reconocer mis errores, dejarme llevar por el orgullo y no llorar cuando me extendiste una y otra vez tus brazos. Me giraba y te dejaba ahí plantada, para cometer otro error más.
Ya estoy en el andén esperando que llegue el próximo tren, ese que me aleje de todo esto, para evitar hacernos más daño. Aunque espero que sepas que siempre te echaré en falta, que aunque pase el tiempo no voy a poder vivir sin ti. Por eso huyo lejos, para darte la oportunidad de ser feliz en soledad, lejos de mi rabia y mis ganas de pelear.
Espero que estés leyendo la nota que dejé sobre la mesa de la entrada, a esta hora ya habrás llegado a casa. Ahí verás mis lo siento, por cada error que cometí pensando que era lo mejor para los dos, cuando realmente solo pensaba en lo que era mejor para mí. Este es mi castigo por no pensar mejor lo que hacía, sobre todo cada día cuando todo era prioritario a ti.
Incluso ahora, no me estoy yendo por ti, si huyo es también por mí, por salvarme de verte sufrir y saber que es por mi culpa. Solo espero que la tranquilidad esté en ti, ahora que el tren entra en la estación y me aleje por fin.
Las puertas se abren subo sin dudar, te digo adiós a pesar de que estarás odiándome una vez más por hacerte sufrir. Pero sigo esperando que sepas que esté donde esté, tú siempre serás parte de mí.
Este blog contiene algunos relatos breves y escritos, inspirados en gestos diarios, imágenes y música. Historias que muestran la realidad de la vida, y algunos van un poco más allá. Son historias para todos de la mano de Anna Hibernum
29 de marzo de 2020
28 de marzo de 2020
Pedazos
Cierro la puerta con un golpe, mis pasos fuertes retumban contra el suelo, llevo conteniendo este malestar durante horas, pero no puedo más. Lanzo mi bolso sobre la mesa, que con la fuerza que lleva se cae por el otro lado, pero no me importa, es el empujón que necesitaba para coger todo lo que tengo a mi alcance y lanzarlo al suelo. Los cojines rebotan por toda la sala, el sonido de la cerámica rompiéndose retumba en mis oídos una y otra vez, pero no es suficiente para mí, porque odio cada pieza que encuentran mis manos, incluso esa foto en la que me sostienes entre tus brazos.
Me derrumbo sobre mis rodillas, dejando que las lágrimas que han estado ocultas durante el resto del día salgan a raudales. Un punto de dolor estalla desde el centro de mi pecho y se expande recorriendo cada una de mis venas, mi cuerpo quema y estoy incómoda hasta en mi propia piel.
Tu imagen viene a mi cabeza una y otra vez, verte exhalar tu último aliento ha sido lo peor a lo que me he enfrentado nunca, no merecías morir, incluso si ya no se podía hacer nada ante la maldita enfermedad, porque ahora jamás tendré ninguno de tus consejos, ninguno de tus abrazos, ahora no tendré tu consuelo, ni tu amor.
Me arrastro por el suelo porque no tengo fuerzas para levantarme, busco tu foto entre los pedazos rotos y al encontrarla, retiro el cristal rajado y saco el papel con nuestra imagen. Acaricio tu mejilla, ya tenías algunas arrugas mamá, pero me sostenías con una enorme sonrisa en tu cara, una sonrisa que ya no volveré a ver. No quiero despedirte, aún no, así que voy a mantenerte viva en el recuerdo y cada día estarás aquí para mí, aunque no te vea, porque tú siempre estarás en mi memoria y mi corazón.
Me derrumbo sobre mis rodillas, dejando que las lágrimas que han estado ocultas durante el resto del día salgan a raudales. Un punto de dolor estalla desde el centro de mi pecho y se expande recorriendo cada una de mis venas, mi cuerpo quema y estoy incómoda hasta en mi propia piel.
Tu imagen viene a mi cabeza una y otra vez, verte exhalar tu último aliento ha sido lo peor a lo que me he enfrentado nunca, no merecías morir, incluso si ya no se podía hacer nada ante la maldita enfermedad, porque ahora jamás tendré ninguno de tus consejos, ninguno de tus abrazos, ahora no tendré tu consuelo, ni tu amor.
Me arrastro por el suelo porque no tengo fuerzas para levantarme, busco tu foto entre los pedazos rotos y al encontrarla, retiro el cristal rajado y saco el papel con nuestra imagen. Acaricio tu mejilla, ya tenías algunas arrugas mamá, pero me sostenías con una enorme sonrisa en tu cara, una sonrisa que ya no volveré a ver. No quiero despedirte, aún no, así que voy a mantenerte viva en el recuerdo y cada día estarás aquí para mí, aunque no te vea, porque tú siempre estarás en mi memoria y mi corazón.
27 de marzo de 2020
Sin miedo
Doy un paso tras otro hasta colocarme al borde de la pared de roca, mirar abajo me causa vértigo, pero prefiero ver lo que hay debajo antes de saltar. Observo las olas romper contra el acantilado, siempre pensé que tirarse desde aquí era un locura, pero ahora, necesito hacerlo, necesito buscar la luz, el interruptor que encienda mis latidos de nuevo.
Desde el día en que te alejaste todo se quedo quieto, los pájaros dejaron de aletear, las hojas de mecerse con el viento, mis pulmones respiran por instinto porque mi cabeza se ha desconectado, para adentrarse en la oscuridad. Lo he intentado un millón de veces, he intentado seguir tu consejo de seguir adelante, pero es tan difícil que todo carece de sentido.
Las nubes tapan el sol y empiezo a cansarme de no poder disfrutar de los rayos de sol sobre mi cara, del borboteo del agua escapando río abajo, del ritmo de mi poesía favorita de Bécquer. Por eso estoy aquí, dispuesta a romperlo todo, a hacer pedazos todos los temores y todos los principios, para llenarme tanto que mis sentidos exploten y vuelva a respirar de nuevo.
Ha llegado el momento, no quiero esperar más, no quiero alargar la agonía. Retrocedo unos metros atrás, cojo carrerilla y tomo impulso justo al borde, apretando los párpados con fuerza, intento mantener mi cuerpo arqueado para conseguir un buen angulo y abro los ojos. La vista es increíble, la pared de roca se desliza en mi campo de visión el agua está cada vez más cerca y me parece que estoy volando en libertad como un pájaro que ha permanecido enjaulado durante demasiado tiempo. Hago contacto con la superficie del mar y me sumerjo en las profundidades mientras noto las burbujas danzando a mi alrededor, hasta que me quedo parada en mitad de la nada y me encuentro a mí misma; reencontrando mi parte de ángel con mi parte demonio. Impulso mi cuerpo con los pies, hacia la claridad del día, escapando de las sombras para surgir como una nueva yo, más fuerte, sin miedo a nada.
Desde el día en que te alejaste todo se quedo quieto, los pájaros dejaron de aletear, las hojas de mecerse con el viento, mis pulmones respiran por instinto porque mi cabeza se ha desconectado, para adentrarse en la oscuridad. Lo he intentado un millón de veces, he intentado seguir tu consejo de seguir adelante, pero es tan difícil que todo carece de sentido.
Las nubes tapan el sol y empiezo a cansarme de no poder disfrutar de los rayos de sol sobre mi cara, del borboteo del agua escapando río abajo, del ritmo de mi poesía favorita de Bécquer. Por eso estoy aquí, dispuesta a romperlo todo, a hacer pedazos todos los temores y todos los principios, para llenarme tanto que mis sentidos exploten y vuelva a respirar de nuevo.
Ha llegado el momento, no quiero esperar más, no quiero alargar la agonía. Retrocedo unos metros atrás, cojo carrerilla y tomo impulso justo al borde, apretando los párpados con fuerza, intento mantener mi cuerpo arqueado para conseguir un buen angulo y abro los ojos. La vista es increíble, la pared de roca se desliza en mi campo de visión el agua está cada vez más cerca y me parece que estoy volando en libertad como un pájaro que ha permanecido enjaulado durante demasiado tiempo. Hago contacto con la superficie del mar y me sumerjo en las profundidades mientras noto las burbujas danzando a mi alrededor, hasta que me quedo parada en mitad de la nada y me encuentro a mí misma; reencontrando mi parte de ángel con mi parte demonio. Impulso mi cuerpo con los pies, hacia la claridad del día, escapando de las sombras para surgir como una nueva yo, más fuerte, sin miedo a nada.
26 de marzo de 2020
Control
Esa mirada no me quita los ojos de encima, me observa detalladamente, me estudia, me analiza con intensidad, es mi mayor detractora cada día; esa que me devuelve el espejo y es implacable. Tengo que creerme que el silencio constante no hace mella en mí, pero lo hace, consigue entrar en mi cabeza y tocarlo todo, hasta aquello que creía olvidado y enterrado.
Cada recuerdo que lanza sobre mí es como un disparo directo que despierta el dolor a través de mi piel. Quiero ser capaz de negociar con mi propia conciencia, obligarla a que pare con esa crueldad, que traiga solo los momentos de luz y aleje la oscuridad. Pero debo ser muy mala negociando porque las imágenes que veo me hacen vulnerable, no puedo evitar sentirme culpable de todo lo malo que he vivido en algún momento del pasado. Recuerdos que me obligan a apartar la mirada de mi propio yo, porque no soporto verme.
Dicen que todos llevamos un monstruo dentro, no sé si será cierto, pero te diré que yo sí lo llevo, que aunque luche contra él, al final el destino siempre lo acaba poniendo en mi camino. Aparece una y otra vez, a veces como una piedra, a veces como un incendio contra el que me canso de luchar y dejo que me convierta en ceniza
He de confesar que tengo miedo cuando no hay nadie a mi alrededor, porque pienso que va a salir de nuevo de detrás de cualquier rincón, para meterse en mis recuerdos. Y aunque verle es una constante batalla, en el fondo no puedo evitar sentir un poco de empatía por él, por su tenacidad, por su fuerza y su insistencia, por no rendirse nunca.
La rabia se hace cargo. Levanto la mirada de nuevo para encontrarme con esos ojos y retarle de nuevo, quiero que comprenda que si él lucha, yo lo haré más, que no me rendiré, que siempre intentaré ser mejor, a pesar de sus visitas.
Ahora, por fin, aparto la mirada, pero esta vez no la bajo, soy yo la que tiene el control.
Cada recuerdo que lanza sobre mí es como un disparo directo que despierta el dolor a través de mi piel. Quiero ser capaz de negociar con mi propia conciencia, obligarla a que pare con esa crueldad, que traiga solo los momentos de luz y aleje la oscuridad. Pero debo ser muy mala negociando porque las imágenes que veo me hacen vulnerable, no puedo evitar sentirme culpable de todo lo malo que he vivido en algún momento del pasado. Recuerdos que me obligan a apartar la mirada de mi propio yo, porque no soporto verme.
Dicen que todos llevamos un monstruo dentro, no sé si será cierto, pero te diré que yo sí lo llevo, que aunque luche contra él, al final el destino siempre lo acaba poniendo en mi camino. Aparece una y otra vez, a veces como una piedra, a veces como un incendio contra el que me canso de luchar y dejo que me convierta en ceniza
He de confesar que tengo miedo cuando no hay nadie a mi alrededor, porque pienso que va a salir de nuevo de detrás de cualquier rincón, para meterse en mis recuerdos. Y aunque verle es una constante batalla, en el fondo no puedo evitar sentir un poco de empatía por él, por su tenacidad, por su fuerza y su insistencia, por no rendirse nunca.
La rabia se hace cargo. Levanto la mirada de nuevo para encontrarme con esos ojos y retarle de nuevo, quiero que comprenda que si él lucha, yo lo haré más, que no me rendiré, que siempre intentaré ser mejor, a pesar de sus visitas.
Ahora, por fin, aparto la mirada, pero esta vez no la bajo, soy yo la que tiene el control.
25 de marzo de 2020
Sin rumbo
Primavera, magia y sonrisa
Bajo la ventanilla del coche para sentir el aire en mi rostro mientras conduzco a ningún lugar, porque siempre me ha gustado divagar e ir sin rumbo fijo. El olor de las flores entra a raudales y llena todos mis sentidos, el olor a primavera es único, sobre todo cuando ha llovido durante la noche.
Aparco en la colina que hay al otro lado del pueblo, quiero disfrutar de las vistas, imaginando qué estará cada uno haciendo en su casa, pensando en todas las emociones que estarán sintiendo las personas ahí abajo.
Me encanta la sensación de adivinar todo lo que ocurre a mi alrededor, aunque no acierte la verdad, siento la magia de los hilos invisibles que se mueven con cada vida. Me gusta pensar que puedo dar un tirón y cambiar un rumbo trágico hacia uno feliz.
Después de un rato, prefiero dejar la mente en blanco, así que me siento bajo el cerezo, observando cada detalle de las flores, cada pétalo y cada variedad de rosa y blanco, me pierdo mientras el tiempo pasa y soy tan solo yo, disfrutando este instante.
Cojo la guitarra que puse en el asiento del pasajero antes de salir de casa y toco mi melodía favorita, dándole a mis venas el gusto de bailar al compás. Cada nota es un subidón de adrenalina y paz, que me dan energía y me calman a la vez. No es hasta que termino que levanto la cabeza y te veo observándome con una gran sonrisa.
Me has encontrado y no me sorprende, porque conoces cada uno de mis impulsos, cada uno de mis viajes a ningún lugar. Y sé lo que me ofreces en este instante, un nuevo viaje a ningún lugar, contigo. Un viaje que no puedo rechazar.
Bajo la ventanilla del coche para sentir el aire en mi rostro mientras conduzco a ningún lugar, porque siempre me ha gustado divagar e ir sin rumbo fijo. El olor de las flores entra a raudales y llena todos mis sentidos, el olor a primavera es único, sobre todo cuando ha llovido durante la noche.
Aparco en la colina que hay al otro lado del pueblo, quiero disfrutar de las vistas, imaginando qué estará cada uno haciendo en su casa, pensando en todas las emociones que estarán sintiendo las personas ahí abajo.
Me encanta la sensación de adivinar todo lo que ocurre a mi alrededor, aunque no acierte la verdad, siento la magia de los hilos invisibles que se mueven con cada vida. Me gusta pensar que puedo dar un tirón y cambiar un rumbo trágico hacia uno feliz.
Después de un rato, prefiero dejar la mente en blanco, así que me siento bajo el cerezo, observando cada detalle de las flores, cada pétalo y cada variedad de rosa y blanco, me pierdo mientras el tiempo pasa y soy tan solo yo, disfrutando este instante.
Cojo la guitarra que puse en el asiento del pasajero antes de salir de casa y toco mi melodía favorita, dándole a mis venas el gusto de bailar al compás. Cada nota es un subidón de adrenalina y paz, que me dan energía y me calman a la vez. No es hasta que termino que levanto la cabeza y te veo observándome con una gran sonrisa.
Me has encontrado y no me sorprende, porque conoces cada uno de mis impulsos, cada uno de mis viajes a ningún lugar. Y sé lo que me ofreces en este instante, un nuevo viaje a ningún lugar, contigo. Un viaje que no puedo rechazar.
24 de marzo de 2020
Por favor
En el segundo en el que supe que tus latidos empezaban a ralentizarse no puede evitar pensar en todos los besos que compartimos juntos, en cada abrazo que nos acercaba hasta ponernos frente al otro para ver reflejada una parte de nosotros mismos. Tu vida empezaba a escurrirse entre mis dedos mientras yo luchaba por aferrarme a ella.
Grité una y otra vez, maldiciendo el espino que apareció en medio del camino, sesgando tu piel y sacando la sangre al exterior, drenando hasta tu mirada intensa, que ahora estaba casi apagada. Ejercí toda la presión que pude para que el líquido se quedase donde debía, pero era prácticamente imposible, mis manos estaban teñidas de rojo y no sabía donde terminaba yo y empezabas tú.
Jamás en mi vida he pedido tantos por favor como en ese momento. No sabía si la persona al otro lado del teléfono me había escuchado bien, ni siquiera sabía si con lo poco que había dicho podían localizarnos y enviar ayuda; una ayuda que temía, porque dudaba que pudiera llegar a tiempo.
Sujeto tu garganta con más fuerza, pero tengo miedo de que yo misma pueda ahogarte en lugar de mantenerte con vida, no sé si puedes respirar, solo sé que tu cuello no deja de sangrar...
Empiezo a rendirme porque no veo ningún signo de fuerza en ti, pero tu corazón todavía late y eso me da la fortaleza que necesito para seguir un poco más, para aguantar el tiempo necesario hasta que el sonido del helicóptero retumba contra las rocas.
Alguien baja y me hace señas para que le deje espacio, pero me niego, no quiero que ninguna gota más se malgaste, de ellas depende que vivas. No es hasta que me garantizan que ellos pueden hacerlo mejor, que les dejo hacer su trabajo mientras me derrumbo en medio del camino, con mi cabeza girando sin parar y pierdo el conocimiento, sabiendo que quizás no te vuelva a ver.
Cuando abro los ojos la luz me deslumbra y pongo un brazo delante para evitar el dolor, aunque el dolor intenso está en mi pecho, pensando en ti. Una mano agarra la mía y me giro. Estás ahí, a mi lado, con vendas cubriendo tu cuello y pálido, pero vivo. Entonces, solo entonces, me permito sonreír para ti y aprieto tu mano, no queriendo soltarte nunca más.
Grité una y otra vez, maldiciendo el espino que apareció en medio del camino, sesgando tu piel y sacando la sangre al exterior, drenando hasta tu mirada intensa, que ahora estaba casi apagada. Ejercí toda la presión que pude para que el líquido se quedase donde debía, pero era prácticamente imposible, mis manos estaban teñidas de rojo y no sabía donde terminaba yo y empezabas tú.
Jamás en mi vida he pedido tantos por favor como en ese momento. No sabía si la persona al otro lado del teléfono me había escuchado bien, ni siquiera sabía si con lo poco que había dicho podían localizarnos y enviar ayuda; una ayuda que temía, porque dudaba que pudiera llegar a tiempo.
Sujeto tu garganta con más fuerza, pero tengo miedo de que yo misma pueda ahogarte en lugar de mantenerte con vida, no sé si puedes respirar, solo sé que tu cuello no deja de sangrar...
Empiezo a rendirme porque no veo ningún signo de fuerza en ti, pero tu corazón todavía late y eso me da la fortaleza que necesito para seguir un poco más, para aguantar el tiempo necesario hasta que el sonido del helicóptero retumba contra las rocas.
Alguien baja y me hace señas para que le deje espacio, pero me niego, no quiero que ninguna gota más se malgaste, de ellas depende que vivas. No es hasta que me garantizan que ellos pueden hacerlo mejor, que les dejo hacer su trabajo mientras me derrumbo en medio del camino, con mi cabeza girando sin parar y pierdo el conocimiento, sabiendo que quizás no te vuelva a ver.
Cuando abro los ojos la luz me deslumbra y pongo un brazo delante para evitar el dolor, aunque el dolor intenso está en mi pecho, pensando en ti. Una mano agarra la mía y me giro. Estás ahí, a mi lado, con vendas cubriendo tu cuello y pálido, pero vivo. Entonces, solo entonces, me permito sonreír para ti y aprieto tu mano, no queriendo soltarte nunca más.
23 de marzo de 2020
Mi impulso
Cuando las primeras luces del día despuntan, me giro sobre mi costado y miro tus ojos con paz, sé que si no he tenido pesadillas es porque gracias a ti he podido aplastar a los monstruos con fuerza, enterrándolos en lo más profundo de la mente para que no rompiesen mi descanso. Que he dejado de temblar por la noche porque tu abrazo me ha envuelto.
Ahora he aprendido que no tiene que importar si la actitud de los demás es radioactiva. Que no tengo que encogerme como antes. Ahora camino con la espalda recta y la sensación de que puedo luchar por aquello que quiero, de que tengo coraje para intentar todo aunque al final no lo consiga.
Ahora sé que lo que realmente importa no es el resultado final, lo que importa es todo aquello que puedo recoger en los costados del camino y tener la capacidad de esculpirme a mí misma, sin tener que rogarle a nadie que lo haga por mí.
Por fin he aprendido a confiar en mi talento natural, en mi capacidad para hacer las cosas que realmente quiero. También he aprendido a pagar el precio de mis errores, pero lo hago con gusto, porque aunque a veces sea doloroso, es lo natural y es necesario aceptarlo, para mantener la esperanza cuando hay ocasiones en las que no se ve la luz al final del túnel.
Aunque no deba porque quizás no es el momento, necesito darte las gracias por estar ahí, porque esta fuerza, coraje y esperanza, son gracias a ti y a que siempre confiaste en mí, cuando ni yo misma lo hacía. Porque tú eres mi impulso.
Ahora he aprendido que no tiene que importar si la actitud de los demás es radioactiva. Que no tengo que encogerme como antes. Ahora camino con la espalda recta y la sensación de que puedo luchar por aquello que quiero, de que tengo coraje para intentar todo aunque al final no lo consiga.
Ahora sé que lo que realmente importa no es el resultado final, lo que importa es todo aquello que puedo recoger en los costados del camino y tener la capacidad de esculpirme a mí misma, sin tener que rogarle a nadie que lo haga por mí.
Por fin he aprendido a confiar en mi talento natural, en mi capacidad para hacer las cosas que realmente quiero. También he aprendido a pagar el precio de mis errores, pero lo hago con gusto, porque aunque a veces sea doloroso, es lo natural y es necesario aceptarlo, para mantener la esperanza cuando hay ocasiones en las que no se ve la luz al final del túnel.
Aunque no deba porque quizás no es el momento, necesito darte las gracias por estar ahí, porque esta fuerza, coraje y esperanza, son gracias a ti y a que siempre confiaste en mí, cuando ni yo misma lo hacía. Porque tú eres mi impulso.
22 de marzo de 2020
Luz encendida
Regreso a casa después de un día horrible en la oficina, hoy todo salía al revés, aunque la realidad es que hace mucho tiempo que todo está saliendo mal. Algo ocurre porque estoy alejada de todo lo que me gusta, la oscuridad está tomando el control total de cada parte del día y no sé cómo retomar todo aquello que me gusta.
Quiero ser capaz de salir ahí afuera y ser yo misma, observar todo a mi alrededor y plasmarlo en un papel en blanco, con las líneas marcadas y difuminadas del carbón. Convertir cada segundo en un trazo perfecto de esa realidad, en algo palpable y lleno de sensaciones que transcienda más allá de la simple vista.
Anhelo el caballete al fondo de mi armario, coger la paleta para mezclar colores, buscando el verde perfecto para cada brizna de hierba. Buscar la inclinación exacta de la montaña igual que se veía desde la ventana de mi casa nueva, para respirar el aire puro a través de los poros del lienzo.
Desearía rescatar aquella camisa vieja llena de manchas de pintura del cubo de la basura, para poder ponérmela de nuevo, para volar a otra dimensión con el intenso olor de la mezcla del cuadro impregnado en ella.
Mis dedos ansían cambiar durante algunos momentos al día las teclas por pinceles desgastados, para crear una noche llena de texturas y poder pintar la calle oscura de esta primavera, iluminada por la luz encendida en la ventana del otro lado de la calle.
No puedo evitar recordar cuando pinté aquella hermosa cascada, o la mujer asomada al balcón porque mis manos me pedían a gritos dejar una huella de la realidad, una realidad aplastante que amenaza con vencernos cada día, pero que yo me niego a aceptar y por eso sé que volveré a pintar.
Quiero ser capaz de salir ahí afuera y ser yo misma, observar todo a mi alrededor y plasmarlo en un papel en blanco, con las líneas marcadas y difuminadas del carbón. Convertir cada segundo en un trazo perfecto de esa realidad, en algo palpable y lleno de sensaciones que transcienda más allá de la simple vista.
Anhelo el caballete al fondo de mi armario, coger la paleta para mezclar colores, buscando el verde perfecto para cada brizna de hierba. Buscar la inclinación exacta de la montaña igual que se veía desde la ventana de mi casa nueva, para respirar el aire puro a través de los poros del lienzo.
Desearía rescatar aquella camisa vieja llena de manchas de pintura del cubo de la basura, para poder ponérmela de nuevo, para volar a otra dimensión con el intenso olor de la mezcla del cuadro impregnado en ella.
Mis dedos ansían cambiar durante algunos momentos al día las teclas por pinceles desgastados, para crear una noche llena de texturas y poder pintar la calle oscura de esta primavera, iluminada por la luz encendida en la ventana del otro lado de la calle.
No puedo evitar recordar cuando pinté aquella hermosa cascada, o la mujer asomada al balcón porque mis manos me pedían a gritos dejar una huella de la realidad, una realidad aplastante que amenaza con vencernos cada día, pero que yo me niego a aceptar y por eso sé que volveré a pintar.
21 de marzo de 2020
La poesía
El silencio inundaba la casa mientras estaba perdida en mis pensamientos, hasta que la melodía de una voz me alcanzó. Me acerqué más a la pared de la que provenía, para descubrir que era una hermosa poesía. Mis pies seguían el compás, incitándome a bailar y seguir el ritmo de los versos encadenados, permitiendo que mi mente se trasladase hasta el lago y poder bailar sobre la superficie.
La voz se apartaba dirigiéndose a la ventana y mis pies la seguían, hasta asomarme al exterior y girar en busca de su dueño. Nuestras miradas se cruzaron, mientras las palabras calaban en el alma y sanaban heridas abiertas que sangraban.
Por un momento, la melodía se paró y parecía que ya todo se acababa, que la realidad regresaba para dejarme en soledad. Pero no, él al ver mi rostro triste continuó, regalándome más versos que me acompañarán hasta el final. Cerré los ojos, sabiendo que era mi último día, pero que al menos, moría con la poesía.
20 de marzo de 2020
Juntos
Las lágrimas corrían por mis mejillas sin parar, debido a la impotencia y a la frustración de no poder hacer nada. Mi garganta comenzaba a cerrarse y empezaba a notar la falta de aire. La sensación me agitaba, me agobiaba y me hacía temblar. Tuve que apoyarme en la pared para evitar caer al suelo, siento el miedo en mi ser, un miedo que me hacía dudar de si era capaz de ponerme de nuevo en pie.
Cerré los ojos, para gritarme a mí misma un ¡ya basta! Para seguir, no rendirme y levantarme de nuevo; pero mis piernas se negaban a obedecer y cuando casi lo había conseguido, empecé a caer de nuevo, hasta que un abrazo me recogió antes de llegar al suelo. La sorpresa me dio fuerzas y pude ver que no estaba sola, que estabas ahí como tantas otras veces, impidiendo mi caída.
Por un segundo, ese acto, me hizo olvidarme de este encierro, de que hay unos barrotes que me impiden salir y hacer todo lo que me gusta, que mi libertad se ha quemado.
Pero sentirte, aun sabiendo que no estás aquí en carne y hueso, me recuerda que estás ahí fuera cuidando de todo, para que cuando las paredes de cemento se queden atrás y volvamos a pisar la hierba juntos, nos podamos reír a carcajadas.
Te prometo que todas las cosas con las que soñábamos hace una década y que aún no hemos podido hacer juntos, mañana serán las más importantes, porque quiero poder hacerlas contigo.
Pero sentirte, aun sabiendo que no estás aquí en carne y hueso, me recuerda que estás ahí fuera cuidando de todo, para que cuando las paredes de cemento se queden atrás y volvamos a pisar la hierba juntos, nos podamos reír a carcajadas.
Te prometo que todas las cosas con las que soñábamos hace una década y que aún no hemos podido hacer juntos, mañana serán las más importantes, porque quiero poder hacerlas contigo.
Miro a través de la ventana, solo alcanzando a ver el gris de esta tormenta que se está volviendo eterna, pero ahora ya no lloro. Me levanto fuerte, me encaramo alto para coger aire y respirar profundo, para asegurarme de que voy a estar bien aquí. Porque ahora te sujeto la mano a través de los barrotes y no voy a soltarte hasta que llegue mañana y caminemos descalzos sobre el suelo mojado.
19 de marzo de 2020
Mi casa de pájaro
Las hojas crujían bajo mis pies mientras paseaba por el bosque silencioso, cogía aire con mis pulmones y percibía el olor terroso de la hojarasca. Las yemas de mis dedos rozaban alguna que otra corteza de roble al pasar, con la necesidad de sentir que este momento era real, que después de tantos años podía volver a caminar entre estos árboles.
Seguí el camino no sin antes mirar sobre mi hombro los troncos desnudos una vez más, descubriendo una pequeña casa de madera para pájaros en uno de los troncos. Paso tras paso avanzaba en mi camino de regreso e incluso antes de llegar a ver nada, pude notar el olor familiar de la chimenea, la misma junto a la que había pasado incontables noches de mi infancia en la mejor de las compañías, sabía que el olor no era real, porque ahora no había fuego ni brasas, aunque el recuerdo de aquel olor sería eterno para mí.
Noté la hierba acariciar mis tobillos y no pude resistirme a coger carrerilla y subir la colina como hacía años. Hice la subida con ímpetu, con ganas de llegar arriba y disfrutar de las vistas, mientras una sucesión de imágenes encadenadas se desplegaban ante mí, trayendo sonrisas inocentes de vuelta. Tantas sensaciones llegaron de golpe que no sabía como pararlas, así que me dejé caer unos minutos, mientras mis manos bailaban en el aire, imitando el aleteo de las mariposas, porque aquí era fácil pensar que volar era posible.
Después de serenar todas las sensaciones, continué el camino guiada por el sonido del agua, hasta alcanzar el río y pararme en la orilla. Me acerqué tanto que sin apenas darme cuenta estaba sobre la primera piedra que sobresalía en hilera hasta el otro lado. Mis piernas me exigían cruzar saltando, y yo no podía negarles esa satisfacción, así que salté una y otra vez hasta alcanzar la otra orilla, no pudiendo parar las lágrimas de alegría, con una sonrisa loca en mi cara como hacía mucho tiempo que necesitaba.
Estaba en mi casa de pájaro, encontrándome conmigo misma, conectando con lo que soy, para no perderme nunca más.
Seguí el camino no sin antes mirar sobre mi hombro los troncos desnudos una vez más, descubriendo una pequeña casa de madera para pájaros en uno de los troncos. Paso tras paso avanzaba en mi camino de regreso e incluso antes de llegar a ver nada, pude notar el olor familiar de la chimenea, la misma junto a la que había pasado incontables noches de mi infancia en la mejor de las compañías, sabía que el olor no era real, porque ahora no había fuego ni brasas, aunque el recuerdo de aquel olor sería eterno para mí.
Noté la hierba acariciar mis tobillos y no pude resistirme a coger carrerilla y subir la colina como hacía años. Hice la subida con ímpetu, con ganas de llegar arriba y disfrutar de las vistas, mientras una sucesión de imágenes encadenadas se desplegaban ante mí, trayendo sonrisas inocentes de vuelta. Tantas sensaciones llegaron de golpe que no sabía como pararlas, así que me dejé caer unos minutos, mientras mis manos bailaban en el aire, imitando el aleteo de las mariposas, porque aquí era fácil pensar que volar era posible.
Después de serenar todas las sensaciones, continué el camino guiada por el sonido del agua, hasta alcanzar el río y pararme en la orilla. Me acerqué tanto que sin apenas darme cuenta estaba sobre la primera piedra que sobresalía en hilera hasta el otro lado. Mis piernas me exigían cruzar saltando, y yo no podía negarles esa satisfacción, así que salté una y otra vez hasta alcanzar la otra orilla, no pudiendo parar las lágrimas de alegría, con una sonrisa loca en mi cara como hacía mucho tiempo que necesitaba.
Estaba en mi casa de pájaro, encontrándome conmigo misma, conectando con lo que soy, para no perderme nunca más.
18 de marzo de 2020
Reflexión
Todo estaba tan parado que ni siquiera los murmullos se
atrevían a salir. Los pasos eran amortiguados por el eco, un eco que lo absorbía todo,
porque no había oídos para escuchar, ni ojos para ver, ni bocas para hablar… El
momento del silencio había llegado a la ciudad.
Las vidas se habían cortado mientras los corazones seguían
latiendo con miedo a romper el compás en cualquier momento. La reflexión tomó
las riendas y se instaló en cada una de las mentes que tenían consciencia, para
quedarse de forma permanente, o eso quería ella, porque la inconsciencia
intentaba asomar una y otras vez, dejando cauces abiertos, que de nuevo la
reflexión tendría que contener.
De un momento a otro, todo dependía de los pensamientos,
de acallarlos, de controlarlos y no dejar que se fueran, que tomaran impulso
como un caballo desbocado y salieran al galope. Yo quería manejarlos,
dirigirlos a mi antojo para terminar en el punto perfecto para mí; pero la
realidad era que no sabía cuál era ese punto.
Quizás el problema era encontrarme primero conmigo mismo,
dedicar tiempo a descubrir todo lo que sabía de mí. ¿Quién soy? Esa es fácil,
soy yo mismo. ¿De dónde vengo? De un lugar muy lejano. ¿Qué he venido a hacer
aquí? He venido a buscar lo que no tenía. ¿Lo he encontrado? Sí, demonios, sí, todo lo que necesitaba.
Te he encontrado a ti, a tus ojos, tu piel blanquecina y tu
cabello oscuro. He encontrado tu forma de ser y lo más importante, tu corazón.
Así que no me importa que esta ciudad esté vacía, porque mientras esté contigo, mi NADA.
17 de marzo de 2020
Aire frío
El sonido de las olas del mar viniendo a morir sobre la arena de la playa, era una melodía que mantenía a mi mente en calma, mientras no pensaba en nada y disfrútaba de la sencillez que me rodeaba con codicia. Porque era un día perfecto de primavera en el que el calor solar calentaba mi piel y me reconfortaba.
De pronto una sombra se cernió sobre mí, alejando el calor y provando un sentimiento profundo de traición, al alejarme de mi momento de paz. Con enfado levantó la cabeza y me apoyo en los codos para observar quién ha osado interrumpir mi día, pero para mí sorpresa no hay nadie. Miro a uno y otro lado y no hay nadie, la playa está completamente vacía, igual que minutos atrás cuando estaba paseando sobre la arena.
Volví a tumbarme con ganas regresar a mi estado anterior, pero todo se había evaporado en un instante, llevándose el poder de la calma y trayéndome de vuelta a la realidad.
Decidí que era mejor caminar otro rato, así que empecé a sacudir la arena de mi ropa para emprender la marcha, hasta que un aire frío me rozó la nuca y me obligó a prestar atención. En la playa no había nadie, seguía vacía, pero aquello tenía que significar algo, algo que me recordaba el pasado.
El sonido de un susurro lejano me llegó, un susurro que reconocí al instante, peor que no podía ser, era imposible. Ese susurro silencioso estaba lleno de codicia, de deseos de venganza por un traición pasada. El poder de la voz lejana de nuevo tiró de mis sentidos, y al girarme le vi, de pie sobre las rocas al final e la playa. Era él, me había encontrado, intentaría huir, pero había venido para cogerme.
16 de marzo de 2020
Punto y aparte
Abro los ojos y me concentro en el techo blanco de mi
habitación, hace días que la casa está en silencio, pero hoy me ha despertado
el repiqueteo de las gotas de lluvia contra el cristal de la ventana. No me atrevo
a girar la cabeza para mirar afuera, prefiero concentrarme en un punto negro que
he encontrado entre la blancura y mantener la mirada fija en él.
Me imagino que soy ese punto y aparte, perdido
en medio de un mundo blanco, que mientras todos alrededor desprenden su luz, yo
no soy capaz de recuperar la mía. ¿Sabes el motivo real por el que no quiero
mirar por la ventana? Porque ese es tu lado de la cama y desde que ya no estás,
soy incapaz de mirar hacia el hueco vacío, aunque eso signifique levantarme
cada día con la mirada perdida.
Te fuiste en medio de la noche, llevándote tan solo lo puesto
y ahora nada es lo mismo, aunque yo insisto una y otra vez en que no sea un punto
y aparte, en que toda regrese a la normalidad. Enciendo la cafetera y
espero que el olor inunde toda la casa, mientras yo me tomo un zumo antes de
irme a trabajar. Ni siquiera lo pruebo, tú sabes mejor que yo que no me gusta
el café, pero su olor me recuerda a ti deambulando por la cocina de un lado a otro,
con tu pelo todavía mojado empapando tu blusa. Pongo la maldita cafetera para
olvidarme de que nunca más aparecerás de un momento a otro en la cocina.
Ahora todo me sobra, tengo más platos de los que necesito,
un par de banquetas que no volveré a llenar y una casa totalmente vacía sin ti.
Pero sabes por qué me niego a hacer ese punto y aparte, porque luchaste
hasta el último momento, no dejaste que nadie viese que estabas enferma y
aunque no puede ayudarte a causa de ello, no puedo reprochártelo porque te
fuiste de la forma en que querías. Con tu sonrisa como cada día, esa que
siempre me sale cuando me agacho junto al olivo que guarda tus cenizas. Porque
ese olivo es mi punto y aparte cada día.
15 de marzo de 2020
Demasiado tarde
Las calles estaban desiertas mientras el sol brillaba en lo alto, no se oían los murmullos, ni el ruido del tráfico diario, la vida se había paralizado en unas horas debido a que la solidaridad llegó demasiado tarde.
La rutina había seguido hasta el último minuto, porque el egoísmo y la inconsciencia tomaron el control, causando imprudencias ante la negación ciudadana y dejando que la guadaña sesgase una vida tras otra, empezando por un par que en días fueron cientos. ¿Por qué la negación? Nuestras casas están preparadas para confinarnos y cubrir todas nuestras necesidades.
Es el reto de llevar la contraria, de comportarnos como niños malcriados y demostrar nada en absoluto; una nada que nos espera tras el final de la pesadilla. Aún no somos conscientes de que es una pesadilla disfrazada con corona, una pesadilla que ha llegado a algunos hogares y ha irrumpido cortando la alegría de raíz. Pero esto es solo un ejemplo de tantos que ha habido a lo largo de la historia, una revelación de que nuestros días están contados y de que en cualquier momento podemos extinguirnos, sobre todo si nos comportamos de maneras estúpidas.
Siempre ha sido una lucha de la vida contra la muerte, de nuestras ganas de vivir, de perdurar en un tiempo que es efímero por mucho que queramos negarlo. Aquí no importa quién eres ni dónde vives, solo importa que no me toques, que no te lleves mi vida ni la de los míos por querer jugar a ser alguien. a desafiar las leyes naturales.
Antes era la ley del más fuerte, ahora, gracias a la solidaridad, es la ley de la protección, de cuidar de los que nos importan, de salvar a las personas que amamos. Y son los niños, los primeros que nos dan una lección, que comprenden lo que pasa, aunque se aburran, y que toman conciencia. Pero por desgracia, todos hemos sido niños y aquella alegría, ha desaparecido, en un abismo de responsabilidades e irresponsabilidades.
Te lo digo yo, que estoy aquí, luchando al filo de la muerte, porque alguien decidió jugar, saliendo a comprar y dejando en el último momento una manzana. Esa que me llevé a casa y me trasmitió la muerte.
La rutina había seguido hasta el último minuto, porque el egoísmo y la inconsciencia tomaron el control, causando imprudencias ante la negación ciudadana y dejando que la guadaña sesgase una vida tras otra, empezando por un par que en días fueron cientos. ¿Por qué la negación? Nuestras casas están preparadas para confinarnos y cubrir todas nuestras necesidades.
Es el reto de llevar la contraria, de comportarnos como niños malcriados y demostrar nada en absoluto; una nada que nos espera tras el final de la pesadilla. Aún no somos conscientes de que es una pesadilla disfrazada con corona, una pesadilla que ha llegado a algunos hogares y ha irrumpido cortando la alegría de raíz. Pero esto es solo un ejemplo de tantos que ha habido a lo largo de la historia, una revelación de que nuestros días están contados y de que en cualquier momento podemos extinguirnos, sobre todo si nos comportamos de maneras estúpidas.
Siempre ha sido una lucha de la vida contra la muerte, de nuestras ganas de vivir, de perdurar en un tiempo que es efímero por mucho que queramos negarlo. Aquí no importa quién eres ni dónde vives, solo importa que no me toques, que no te lleves mi vida ni la de los míos por querer jugar a ser alguien. a desafiar las leyes naturales.
Antes era la ley del más fuerte, ahora, gracias a la solidaridad, es la ley de la protección, de cuidar de los que nos importan, de salvar a las personas que amamos. Y son los niños, los primeros que nos dan una lección, que comprenden lo que pasa, aunque se aburran, y que toman conciencia. Pero por desgracia, todos hemos sido niños y aquella alegría, ha desaparecido, en un abismo de responsabilidades e irresponsabilidades.
Te lo digo yo, que estoy aquí, luchando al filo de la muerte, porque alguien decidió jugar, saliendo a comprar y dejando en el último momento una manzana. Esa que me llevé a casa y me trasmitió la muerte.
8 de marzo de 2020
Sobre el muro
El aire le soplaba en la cara con fuerza mientras sus
piernas colgaban en el muro, llevaba allí sentada un par de horas, pero a ella
le parecía que tan solo había estado unos minutos. Su mente se había ido a la
deriva, perdida en el horizonte mientras las briznas de hierba danzaban con el
viento, asemejándose a las olas del mar.
Había tenido una semana horrible, sin apenas tiempo para
nada, ni siquiera para ella misma, pero aunque estaba cansada, tampoco le
importaba mucho, porque tener su mente entretenida le permitía olvidarse por
momentos de aquella noche en la que todo se torció. No sabía cómo continuar
adelante y el trabajo le daba la escusa perfecta para no tener que pensar en
ello, al menos de momento.
En ese instante, mientras los rayos de sol se reflejaban
sobre el paisaje, se tornaron de un color rojizo a causa de que la tarde
llegaba a su fin, pero su mente colapsó con esa tonalidad… El rojo lo inundó
todo, se miró las zapatillas que estaban llenas de gotas, al igual que sus
manos empapadas de sangre, la sangre de la vida que había arrebatado. Él había
entrado en casa con la bolsa de la cena en la mano y ella estaba encantada con
la idea de cenar juntos, pero en cuanto se dio cuenta de que él solo buscaba lo
mismo que los demás, no pudo soportarlo y quiso echarle.
Llegaron hasta la puerta a gritos, pero el cerró con llave por
dentro y se acercó a ella con una mirada loca… no pensó, agarró el cuchillo de
la encimera de la cocina a su espalda y se lo asestó en el pecho una y otra vez…
No había podido parar y al darse cuenta de lo que había hecho, ya no había marcha
atrás…
Una voz la sacó de sus pensamientos:
—Alicia, ¿qué haces aquí? Te has olvidado tomar la
medicación y si no te la tomas las alucinaciones volverán.
Cierto, me había olvidado de que aquello no fue real, aunque
no estoy segura….
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