27 de marzo de 2020

Sin miedo

Doy un paso tras otro hasta colocarme al borde de la pared de roca, mirar abajo me causa vértigo, pero prefiero ver lo que hay debajo antes de saltar. Observo las olas romper contra el acantilado, siempre pensé que tirarse desde aquí era un locura, pero ahora, necesito hacerlo, necesito buscar la luz, el interruptor que encienda mis latidos de nuevo.
Desde el día en que te alejaste todo se quedo quieto, los pájaros dejaron de aletear, las hojas de mecerse con el viento, mis pulmones respiran por instinto porque mi cabeza se ha desconectado, para adentrarse en la oscuridad. Lo he intentado un millón de veces, he intentado seguir tu consejo de seguir adelante, pero es tan difícil que todo carece de sentido.
Las nubes tapan el sol y empiezo a cansarme de no poder disfrutar de los rayos de sol sobre mi cara, del borboteo del agua escapando río abajo, del ritmo de mi poesía favorita de Bécquer. Por eso estoy aquí, dispuesta a romperlo todo, a hacer pedazos todos los temores y todos los principios, para llenarme tanto que mis sentidos exploten y vuelva a respirar de nuevo.
Ha llegado el momento, no quiero esperar más, no quiero alargar la agonía. Retrocedo unos metros atrás, cojo carrerilla y tomo impulso justo al borde, apretando los párpados con fuerza, intento mantener mi cuerpo arqueado para conseguir un buen angulo y abro los ojos. La vista es increíble, la pared de roca se desliza en mi campo de visión el agua está cada vez más cerca y me parece que estoy volando en libertad como un pájaro que ha permanecido enjaulado durante demasiado tiempo. Hago contacto con la superficie del mar y me sumerjo en las profundidades mientras noto las burbujas danzando a mi alrededor, hasta que me quedo parada en mitad de la nada y me encuentro a mí misma; reencontrando mi parte de ángel con mi parte demonio. Impulso mi cuerpo con los pies, hacia la claridad del día, escapando de las sombras  para surgir como una nueva yo, más fuerte, sin miedo a nada.

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