18 de marzo de 2020

Reflexión


Todo estaba tan parado que ni siquiera los murmullos se atrevían a salir. Los pasos eran amortiguados por el eco, un eco que lo absorbía todo, porque no había oídos para escuchar, ni ojos para ver, ni bocas para hablar… El momento del silencio había llegado a la ciudad.
Las vidas se habían cortado mientras los corazones seguían latiendo con miedo a romper el compás en cualquier momento. La reflexión tomó las riendas y se instaló en cada una de las mentes que tenían consciencia, para quedarse de forma permanente, o eso quería ella, porque la inconsciencia intentaba asomar una y otras vez, dejando cauces abiertos, que de nuevo la reflexión tendría que contener.
De un momento a otro, todo dependía de los pensamientos, de acallarlos, de controlarlos y no dejar que se fueran, que tomaran impulso como un caballo desbocado y salieran al galope. Yo quería manejarlos, dirigirlos a mi antojo para terminar en el punto perfecto para mí; pero la realidad era que no sabía cuál era ese punto.
Quizás el problema era encontrarme primero conmigo mismo, dedicar tiempo a descubrir todo lo que sabía de mí. ¿Quién soy? Esa es fácil, soy yo mismo. ¿De dónde vengo? De un lugar muy lejano. ¿Qué he venido a hacer aquí? He venido a buscar lo que no tenía. ¿Lo he encontrado? Sí, demonios, sí, todo lo que necesitaba.
Te he encontrado a ti, a tus ojos, tu piel blanquecina y tu cabello oscuro. He encontrado tu forma de ser y lo más importante, tu corazón. Así que no me importa que esta ciudad esté vacía, porque mientras esté contigo, mi NADA.



No hay comentarios:

Publicar un comentario