Abro los ojos y me concentro en el techo blanco de mi
habitación, hace días que la casa está en silencio, pero hoy me ha despertado
el repiqueteo de las gotas de lluvia contra el cristal de la ventana. No me atrevo
a girar la cabeza para mirar afuera, prefiero concentrarme en un punto negro que
he encontrado entre la blancura y mantener la mirada fija en él.
Me imagino que soy ese punto y aparte, perdido
en medio de un mundo blanco, que mientras todos alrededor desprenden su luz, yo
no soy capaz de recuperar la mía. ¿Sabes el motivo real por el que no quiero
mirar por la ventana? Porque ese es tu lado de la cama y desde que ya no estás,
soy incapaz de mirar hacia el hueco vacío, aunque eso signifique levantarme
cada día con la mirada perdida.
Te fuiste en medio de la noche, llevándote tan solo lo puesto
y ahora nada es lo mismo, aunque yo insisto una y otra vez en que no sea un punto
y aparte, en que toda regrese a la normalidad. Enciendo la cafetera y
espero que el olor inunde toda la casa, mientras yo me tomo un zumo antes de
irme a trabajar. Ni siquiera lo pruebo, tú sabes mejor que yo que no me gusta
el café, pero su olor me recuerda a ti deambulando por la cocina de un lado a otro,
con tu pelo todavía mojado empapando tu blusa. Pongo la maldita cafetera para
olvidarme de que nunca más aparecerás de un momento a otro en la cocina.
Ahora todo me sobra, tengo más platos de los que necesito,
un par de banquetas que no volveré a llenar y una casa totalmente vacía sin ti.
Pero sabes por qué me niego a hacer ese punto y aparte, porque luchaste
hasta el último momento, no dejaste que nadie viese que estabas enferma y
aunque no puede ayudarte a causa de ello, no puedo reprochártelo porque te
fuiste de la forma en que querías. Con tu sonrisa como cada día, esa que
siempre me sale cuando me agacho junto al olivo que guarda tus cenizas. Porque
ese olivo es mi punto y aparte cada día.
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