22 de marzo de 2020

Luz encendida

Regreso a casa después de un día horrible en la oficina, hoy todo salía al revés, aunque la realidad es que hace mucho tiempo que todo está saliendo mal. Algo ocurre porque estoy alejada de todo lo que me gusta, la oscuridad está tomando el control total de cada parte del día y no sé cómo retomar todo aquello que me gusta.
Quiero ser capaz de salir ahí afuera y ser yo misma, observar todo a mi alrededor y plasmarlo en un papel en blanco, con las líneas marcadas y difuminadas del carbón. Convertir cada segundo en un trazo perfecto de esa realidad, en algo palpable y lleno de sensaciones que transcienda más allá de la simple vista.
Anhelo el caballete al fondo de mi armario, coger la paleta para mezclar colores, buscando el verde perfecto para cada brizna de hierba. Buscar la inclinación exacta de la montaña igual que se veía desde la ventana de mi casa nueva, para respirar el aire puro a través de los poros del lienzo.
Desearía rescatar aquella camisa vieja llena de manchas de pintura del cubo de la basura, para poder ponérmela de nuevo, para volar a otra dimensión con el intenso olor de la mezcla del cuadro impregnado en ella.
Mis dedos ansían cambiar durante algunos momentos al día las teclas por pinceles desgastados, para crear una noche llena de texturas y poder pintar la calle oscura de esta primavera, iluminada por la luz encendida en la ventana del otro lado de la calle.
No puedo evitar recordar cuando pinté aquella hermosa cascada, o la mujer asomada al balcón porque mis manos me pedían a gritos dejar una huella de la realidad, una realidad aplastante que amenaza con vencernos cada día, pero que yo me niego a aceptar y por eso sé que volveré a pintar.


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