20 de marzo de 2020

Juntos

Las lágrimas corrían por mis mejillas sin parar, debido a la impotencia y a la frustración de no poder hacer nada. Mi garganta comenzaba a cerrarse y empezaba a notar la falta de aire. La sensación me agitaba, me agobiaba y me hacía temblar. Tuve que apoyarme en la pared para evitar caer al suelo, siento el miedo en mi ser, un miedo que me hacía dudar de si era capaz de ponerme de nuevo en pie.
Cerré los ojos, para gritarme a mí misma un ¡ya basta! Para seguir, no rendirme y levantarme de nuevo; pero mis piernas se negaban a obedecer y cuando casi lo había conseguido, empecé a caer de nuevo, hasta que un abrazo me recogió antes de llegar al suelo. La sorpresa me dio fuerzas y pude ver que no estaba sola, que estabas ahí como tantas otras veces, impidiendo mi caída.
Por un segundo, ese acto, me hizo olvidarme de este encierro, de que hay unos barrotes que me impiden salir y hacer todo lo que me gusta, que mi libertad se ha quemado.
Pero sentirte, aun sabiendo que no estás aquí en carne y hueso, me recuerda que estás ahí fuera cuidando de todo, para que cuando las paredes de cemento se queden atrás y volvamos a pisar la hierba juntos, nos podamos reír a carcajadas.
Te prometo que todas las cosas con las que soñábamos hace una  década y que aún no hemos podido  hacer juntos, mañana serán las más importantes, porque quiero poder hacerlas contigo.
Miro a través de la ventana, solo alcanzando a ver el gris de esta tormenta que se está volviendo eterna, pero ahora ya no lloro. Me levanto fuerte, me encaramo alto para coger aire y respirar profundo, para asegurarme de que voy a estar bien aquí. Porque ahora  te sujeto la mano a través de los barrotes y no voy a soltarte hasta que llegue mañana y caminemos descalzos sobre el suelo mojado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario