7 de julio de 2018

Flores marchitas


El jarrón que hay encima de la mesa tan solo guarda unos tallos secos, los pétalos marchitos se extienden a su alrededor sobre la superficie. En el centro del salón aún están los platos rotos que nos tiramos cuando discutimos, apenas soy consciente de que estoy aquí sin ti, hasta que me doy cuenta de que tu cazadora está sobre el respaldo del sofá. Aquella noche te fuiste sin ella hacía demasiado frío, pero estabas tan enfado conmigo que te daba absolutamente igual. Los recuerdos son difusos, pero sé que saliste corriendo, yo no podía dejarte ir en ese estado, así que salí detrás de ti; te alcancé con el coche ya en marcha y logré subirme antes de que te dieses cuenta de echar el seguro. Tú querías que me bajase, querías estar solo, yo no quería que estuvieras por ahí, porque cuando te enfadas necesitas que te recuerde que estás aquí, para no hacer cosas de las que luego te arrepientes cegado por la ira.
La noche era bastante oscura y casi te llevas por delante a un chico que iba paseando por la calle, te obligué a centrarte en la conducción y eso te enfadó todavía más. Sin pensarlo dos veces diste la vuelta en medio de la calle con la intención de llevarme a casa. Ninguno de los dos tuvimos tiempo de ver el coche que venía a más velocidad de la habitual, hasta que fue demasiado tarde. El impacto fue directo a tu lado del coche, yo solo recuerdo dar vueltas de campana y cerrar los ojos. Cuando los abrí de nuevo, la sangre goteaba por tu frente, yo no me podía mover porque el cinturón me sujetaba con fuerza al asiento; entonces me di cuenta de que tú no te lo habías puesto, cegado por tu enfado. Te llamé a gritos, desesperada por obtener alguna respuesta, durante lo que parecieron segundos abriste un poco los párpados pero apenas eras capaz de hablar. Susurré para que te callases, mientras gritaba por ayuda. Noté poco a poco como tu vida se escurría de tu cuerpo y no podía soportarlo, necesitaba que aguantases.
Conseguí quitarme el cinturón, pero no podía llegar a ti, estaba atrapada; así que estiré el brazo todo lo que pude hasta alcanzar tu mejilla. Tu piel ya estaba demasiado fría, créeme amor que no pude hacer nada, pero no puedo quitarme de la cabeza tu último aliento, con aquel “te amo”.

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